Laura Alejandra López Santos
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Estudiante Comunicación Social FUP
El hombre de camisa negra, pantalones cortos y tenis, cabello oscuro al estilo afro, que inspira frescura con su forma de ver y entender la vida habla durante horas sobre su existencia, sobre su felicidad. Con una buena música de fondo y con la premura y ansiedad por finalizar rápido y la tortura de abrirle a un extraño su corazón y su alma, Camilo Alegría de 20 años se va soltando y se libera progresivamente mientras relata su aventuras; aquellas que lo llenan de sueños cumplidos, de éxito para sí mismo y subjetividad a flor de piel.
Corría el año 2007 y Camilo con catorce años de edad cursaba grado noveno; entre buen ambiente y relajo con sus compañeros del colegio, en la hora favorita de clase y el descanso, vio a uno de sus compañeros uno de esos a los que llamaba locos y a los siempre les seguía la corriente saltando los botes de la basura del patio de recreo. Ese día Camilo conoció una palabra nueva, Parkour. Sin saberlo ese compañero aliado a la hora de saltar los botes de la basura, le abrió paso para conocer un nuevo mundo, el mundo que hoy en día le hace feliz.
Desde pequeño fue un niño hiperactivo, pero su inagotable energía se contrastaba con su extrema timidez. Esas ganas inexplicables por siempre estar en constante actividad, se potencializaron durante un corto tiempo lleno de sueños, ambición y movimiento. Las caídas, acompañadas de unas profundas ganas de aprender motivaron a aquel chico a entrenar por las calles de Popayán durante dos meses en compañía de un amigo del colegio que también se inspiró desde que saltó por primera vez ese simple bote de basura.
De Camilo a ‘Crispy’
En la ‘Ciudad Blanca’, desde hace dos años atrás, ya existía un grupo de Parkour llamado Villes, y Camilo un adolescente extrovertido, no lo sabía. Su amigo lo descubrió; de ese modo encontró a la que sería su futura nueva familia; aquellos seres, lo acogieron como un miembro más de su cuerpo inseparable. Le enseñaron las técnicas correctas para desplazarse; no había que tomar nada con prisa, ni los movimientos, ni la misma vida, porque todo se da a su tiempo. ‘Crispetica’ fue su sobrenombre. Estaba claro que su característico cabello rizado algún día se convertiría en su referente físico más destacado. ‘Crispetica’ era pequeño, delgado y poco musculoso. Aunque era débil físicamente, sus ganas de progresar lo hacían más grande que cualquiera. Esto le dio la motivación suficiente para enfrentarse de verdad al arte del desplazamiento, a ser igual o mejor que los Villes, y a ganarse el respeto de sus compañeros.
Era mejor cada día, ya no era un niño grande jugando a saltar. ‘Crispetica’, el adolescente que poco salía, que poco hablaba con niñas y al que su mamá le decía que se cuidara porque tenía miedo que se cayera, no sólo en un sentido físico sino emocional, se iba transformando en ‘Crispy’; ese es el reflejo de su evolución corporal, mental y anímica. Cada vez más Camilo o ‘Crispy’ hacía del Parkour su máxima expresión, desapareciendo al solitario tímido e introvertido adolescente quien su hiperactividad, empieza a saber aprovechar.
Parkour, más que un deporte extremo, una filosofía de vida
El nuevo Camilo ‘Crispy’, poco a poco fue entendiendo que el Parkour no sólo se sustenta en el arte de aprender a moverse, de saltar obstáculos, de enfrentarse a ellos; entendió como el mismo lo expresa, con una emotividad única, “ este arte no es de alturas, es de distancias, de cosas extremas, de ser mejor cada día, de dar el paso más largo hasta que se dan saltos y se logra volar” ‘Crispy’, integrante de Ville Blanch, la evolución del antiguo Ville, la familia que le abrió sus brazos en el Parkour, ahora podía “salir de esos caminos rígidos que forja la sociedad y que lo dejan sin imaginación”.
Paulatinamente a su crecimiento físico y sobretodo mental, el antes ‘Crispetica’, entendió que el Parkour era su camino a la felicidad. Comprendió que más allá de una disciplina deportiva, estar en ese mundo era un conjunto de personas, momentos y sitios que contribuían a su felicidad y a su realización como persona, a la liberación de su cuerpo, su mente y su alma.
Después de adoptar su vida en torno a este arte, vivenció que la imaginación es más poderosa que el actuar. Experimenta sensaciones únicas cuando analiza un sitio y en su mente, como un proyector de película, se ve haciendo movimientos se ve a sí mismo como un ser libre en todo sentido. Desde su experiencia sabe que “hasta un parapléjico puede practicar Parkour; imaginar es lo único que se necesita para vivir este maravilloso mundo”.
‘Crispy’ tiene nuevos hermanos, ya no sólo tiene a su hermana mayor, con la que jugaba cuando era tan sólo un pequeño; ahora tiene más personas con quien jugar a ser niño, a no perder la esencia de la infancia. Tiene hermanos de otras madres. A su vez es hermano mayor, menor y padre. Todos se cuidan entre todos, no se abandonan, se quieren y hasta trabajan juntos.
Enseñar es vivir
El egoísmo y la individualidad desaparecen cuando se conforma un entorno agradable, para saltar, para soñar y para vivir. Aprendiendo a ser mejor en todo sentido, el ya hombre de pelo oscuro y crespo, cejas pobladas, y con cara de niño jugando a cumplir sueños, descubrió que enseñar era una de sus grandes pasiones. Ser integrante de la cabeza del grupo conformado por decenas de personas sedientas de Parkour, le permitió ser entrenador, ver la cara de agradecimiento y felicidad de los principiantes, sentirse útil para una minoría en la que es un representante, y en la que, a la hora de la verdad, el que más sabe no es el más importante. Se llena de orgullo cuando lo llaman coach y le hacen saber que es buen instructor.
La Arcada de la Herrería, en el uniforme centro histórico de la ciudad de Popayán, rompe con la pasividad de las paredes blancas. Este sitio qué más que un terreno cualquiera es un hogar que recoge entre sus paredes imaginarias a la familia Ville Blanche. Con tan sólo mirarlo se entiende que “no hay mejor lugar, porque como la arcada no hay dos”. Esta casa, edificada con la mente y la unión filosófica, ha sido testigo de cambios de humor, de personalidad y de pensamiento. Es una morada para ser feliz, para intentar ser mejor, para formar cimientos de unión, comprensión y tolerancia.
El apoyo moral que le brindó Villes en el inicio de su nueva vida, fue esencial para que ‘Crispy’ sea quien es hoy de día. Por eso él hace los entrenos lo mejor que puede. Se logra aprender de la nada, al fin y al cabo, él empezó así, saltando botes de basura. Esa semillita que se siembra en los nuevos integrantes de Ville Blanche, cosas como cuidar el medio ambiente recogiendo la basura y preservando los espacios públicos, ha generado un cambio de pensamiento en muchos payaneses que como él mismo afirma “los consideraban vándalos”.
‘Crispy’ sabe que “la mayoría de veces la gente no lo va a escuchar, no va a estar dispuesta a hacer algo por entender y simplemente lo va a atacar”. Pero él también entiende “que la misma sociedad ha forjado una idea negativa de todo lo que no es común”. Así que, cuando está en lo alto de un puente, dispuesto a saltar y a exteriorizar sus sentimientos y sueños internos con tan solo un vuelo del alma, y alguna persona mal humorada o temerosa se le acerca, no tiene más remedio que hablar rápido, y tratar de captar la atención de aquel ser que por lo general se irá caminando velozmente, como si fuera un blanco que va a ser atacado.
El arte del movimiento como un antes y un después
El hoy estudiante de biología de la Universidad del Cauca, que al igual que un grillo salta para desplazarse, para entenderse a sí mismo y para vivir, sabe que su existencia cambió desde ese día en el que saltó por primera vez ese inolvidable bote de basura. Entre los vuelos que dan su imaginación y su alma al saltar y coger entre sus manos la metáfora de su felicidad, asegura por el resto de su vida un profundo amor al Parkour. Pero no al arte como deporte extremo, sino al arte de moverse para lograr ser mejor y alcanzar sus sueños y de los que lo rodean.
Tal vez su proyecto de vida profesional no gire en torno a su querido Parkour, pero está seguro que siente un profundo orgullo cuando sabe que la gente lo conoce por mejorar por él, para él, y para los que siempre lo han acompañado y le han dado la oportunidad de encontrar el camino que lo lleva su realización personal, a su vida ideal. Con un salto grande al cielo, la liberación de un ser que tal vez si no hubiese conocido este mundo no sería quien es hoy en día, se completa al saber que como se repite y se repetirá para sí mismo toda la vida: “soy ‘Crispy’ alias Camilo y amo el Parkour”.