Por: María Mercedes Flórez Ordoñez, estudiante Comunicación Social- Fundación Universitaria de Popayán
En pleno siglo XXI las iglesias cristianas siguen siendo excluyentes. Soy cristiana y decidí hacerme tatuajes y piercings falsos para ver la reacción de las personas.
Entré a una iglesia, relativamente influyente de la ciudad, con tatuajes, piercings y un poco de escote. Tenía nervios, realmente muchos nervios. No sabía cómo iba a reaccionar la gente y eso me tenía sudando frío.
Quería tener una apariencia gótica, entonces empecé haciéndome un maquillaje oscuro, me puse dos piercings falsos, una gargantilla y finalmente los tatuajes; mi novio me ayudó en el proceso, fueron casi dos horas intentando pegarme diferentes tipos de tatuajes, pero al principio se me despegaban, al final, por fin quedó como quería.
Me paré en la entrada de la iglesia en un promedio de ocho minutos esperando a que algún integrante me invitase a seguir, pero lo primero que recibí fue una mirada brusca y de rechazo por dos mujeres que estaban “recibiendo a la gente”.
En ese momento sentí el desprecio de ellas y entendí el por qué muchas personas aún no se acercan a Dios. Para darme motivación pensé: “Sé que Jesús si me acepta, entonces entraré” aunque en medio de todo se que él no puede habitar donde no hay amor hacia los demás.
Realmente no me sentía para nada incómoda con mi aspecto, pero con cada paso que daba sabía que estaba causando incomodidad en los demás. Fijé un lugar para sentarme y cuando lo hice, nadie absolutamente nadie se sentó en las sillas vacías que estaban a mis costados.
Mi novio entró disimuladamente al lugar para ayudarme con el registro fotográfico y para mi sorpresa, a él si lo recibieron con los brazos abiertos, lo que no sabían es que él es cristiano y tiene un tatuaje en el brazo, el cual no podían ver porque tenía un buzo de manga larga.
Fingí estar interesada por la charla, o más bien mostrar que era un ser humano con la intensa necesidad de sentirse amado y con esperanza, de conocer a quien muchas personas afirman que le da un nuevo sentido a la vida.
Precisamente la predica que estaban dando en ese momento se llamaba “amor al prójimo” lo cual deja muchas cosas que pensar y reflexionar después de la experiencia que tuve.
A mi alrededor no se sentó nadie, pero Jesús, sí.
Pero al parecer a ninguno le importó que la persona con tatuajes que acabó de entrar, pudiese ser la más usada por Dios, la que en algún momento podía llegar a ser quien dirija una nueva generación e impactar las vidas de los demás.
Después de 20 minutos de tener miradas intermitentes sobre mí, decidí irme aún con la esperanza de que alguien me dijera: “aquí serás siempre bienvenida”, pues es lo que el Dios que conozco haría.
No eso no sucedió. Me sentía triste y muy decepcionada y a la vez me hacía muchísimas preguntas.
El ADN Comunidad Cristiana de Paz, mi iglesia, siempre ha sido el amor y la libertad. Dentro de ella hay personas de todo tipo; tatuadas, con piercings, con ropa siempre oscura y con personalidades totalmente distintas.
Nosotros decidimos dejar la religiosidad a un lado y amar a Jesús. Nos importa solamente lo qué hay en nuestros corazones y no lo que está en nuestro exterior. Por eso me visto y me maquillo como me gusta, sé que Dios así me ama completamente.
Claramente en nuestra sociedad todo es distinto y está bien que todo varíe, pero cuando se trata de Dios es triste saber que no en todo lado se está reflejando su amor como debe ser, entre otras cosas mi intención con este papel era resaltar que a Dios no le importa cómo te ves, que ningún pastor te puede decir que debes cambiar tus gustos, que ninguno tiene el derecho de juzgarte por tu aspecto cuando verdaderamente esos que usan su índice y su boca para condenar solo tienen una fachada de seguidores de Cristo, me temo que están equivocados.
Cuando sepamos llegar a las personas con cero religiosidad, vamos a ver cómo las vidas se transforman, pero sobre todo vamos a entender que Dios, ¡es un Dios re bacano!.