Mientras la lluvia se extendía por las calles de la ciudad, cada uno observaba el rumbo ininterrumpido e inacabado del tiempo que impedía llegar a la primera cita. Y aunque la lluvia no pasó a tormenta, ni a vendavales, ni a inundaciones, si empapó sus rostros y la ropa de verano que ella llevaba puesta tras ser engañada por el atardecer de un sol brillante y abrasador que la acompañó al salir de casa. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que los dos se encontraron en un café clandestino cerrado en medio de una calle solitaria.
El encuentro por más que estaba planeado, fue inesperado, rápido, preciso y contundente. Pero eso no impidió que se reconocieran de inmediato, disculpándose por llegar media hora tarde.
Lo que vino después fue una larga caminata por las calles del centro de la ciudad en búsqueda de un deseo en común: Tomarse un café caliente. Un gusto que ambos pedían desde las entrañas y que los hizo recorrer diferentes lugares cerrados todos por la pandemia. Y aunque no fue posible cumplir ese deseo, lograron verse por primera vez sin saber si habría una próxima vez.