Por Andrew Nicolas Llanten
Cientos de personas llegan hasta una casa del barrio Pandiguando, al escuchar de boca en boca, que él cura de todo. Ese hombre mayor, canoso de cejas pobladas y de contextura gruesa, con la maravilla de sus manos, desenrolla tendones, afloja nervios y alivia dolores.
Carlo Magno Yañez Loza, oriundo personaje de un vasallaje pueblito, que un su recóndito lugar, tiene el milagro de sanar. En una casa colonial, de arquitectura antigua, vive el rey de los francos en el reino de Pandiguando, al sur occidente de la corona de Popayán. Una hermosa casa de color marrón claro, puertas gigantes de hierro y frondosos rosales revive la historia de uno de los pocos sobanderos que todavía existen en la corona, y como todo principio tiene final, su origen vamos a contar.
Carlo Magno es todo un modelo 54. Así se considera, ya que nació en 1954 en una vereda del municipio de El Tambo, llamado El Charco. Desde pequeño su abuelo le enseñó esta técnica que para él es un don: el arte de sobar. Sentía en su nariz el aroma de eucalipto, la manzanilla y la caléndula, que se infusionaban en una pomada natural que utilizaba su “Yayo” para aflojar los tendones. En la sala de su hogar en El Charco en una casa humilde de la vereda llegaban varias personas en busca de su “Yayo”, desde niño se metía en las consultas que daba su abuelo aprendiendo empíricamente las labores de sobar.
Como pupilo era su asistente le pasaba el aceite mineral y sus servilletas de papel a su maestro que las usaba para secar los restos de aceite de la piel de sus clientes, Mientras observaba como su abuelo curaba a las personas, los gritos de los pacientes fueron un resonar constante en la sala de su hogar. Carlo Magno sin saberlo emprendió en esta labor que al día de hoy se ha vuelto su segunda profesión en un talento que nunca tuvo precio; porque “los dones que regala Dios, no se cobran”.
—Para los médicos importa más el dinero que la salud de las personas— Carlo Magno expresa que hoy en día se pone en la balanza el dinero sobre la vocación. Que para él es verdaderamente, el pilar de los doctores, el bienestar de sus pacientes.
Carlo Magno no tenía estudios, comenzó barriendo la calle y recogiendo la basura como “escobita”. Entró a estudiar tiempo después en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), donde hizo dos cursos uno de soldaduras y otro de mecánico de motores, de los cuales se graduó con total éxito. Intercalaba sus estudios con el trabajo, la gente ya conocía a Carlo Magno por su don de sobar, iban hasta los talleres del SENA para que los ayudara con sus dolencias.
El “Flaco Silva”, exalcalde de Popayán y buen amigo de él, le había conseguido un mejor puesto en el relleno sanitario Los Picachos a Carlo Magno, trabajó desde principios de 1998 en la zona de mantenimiento donde culminó su último año para salir jubilado. Ese fue un gesto de agradecimiento del “Flaco Silva” por haberle curado a su sobrina que venía desde España, Carlo Magno siguió con su trabajo y cada vez que necesitaban de sus servicios se transportaban hasta el relleno en busca del sobandero.
—En el relleno ¡me iban a buscar los enfermos!, aquí entre nos, eso era una echadera de risa. Recuerdo que una vez llegó una niña al taller y yo estaba con el overol todo sucio, y mira a la mamá y le pregunta: ¿mamá, ese es el doctor? — las risas de Carlo Magno rebosan en su cara, que le hace sacar una lágrima por la jocosa situación.
Carlo Magno poco a poco fue siendo reconocido en la ciudad de varias partes de la urbe iban a buscarlo hasta el lugar más recóndito lo encontraban en busca de una solución. En 1999 dejó de atenderlos en su puesto de trabajo pues fue su último día en el relleno sanitario, atendía a todos los pacientes que con grasa en la mano y un overol roto atendía con cautela en la sala de maquinas
Carlo Magno fue durante 14 años directivo del sindicato, en el cual tuvo la oportunidad de estudiar en Bogotá. Recorrió varias partes de Colombia desde Medellín a Armenia dio clases de sindicalismo en varias veredas del Cauca y tuvo la posibilidad de salir del país. Estuvo en Cuba en un encuentro de sindicalistas. Todo esto gracias al reconocimiento del poder de sus manos. Oportunidades que recuerda con total alegría.