En medio del susurro constante del mundo, hay ríos que no sólo fluyen, sino que guardan memorias. Este microrrelato nace del dolor silenciado de quienes han perdido, de las voces que ya no encuentran eco y de los nombres que la guerra y el olvido han querido borrar.

«Hay dolores que no gritan, solo fluyen… como un río que arrastra memorias bajo la piel del mundo».
Por: Maia Obregón, generado con IA.
El río hablaba en voz baja, arrullando los nombres que la guerra le arrojó. Cada ola era un
secreto, cada remolino, una historia que nunca llegó a escribirse.
—¿Quiénes fueron? —preguntó la corriente al rocío de la mañana.
—Eran voces —respondió el viento—, nombres que el silencio intentó sepultar.
El agua, incansable testigo, llevaba consigo los ecos de pasos que nunca regresaron, su
corriente como una pluma temblorosa, escribía sobre la piel de las piedras aquellos
nombres que el viento ya no se atrevía a pronunciar.
En la penumbra del alba, el río escondía sus lágrimas en la neblina que rozaba la orilla. Los
árboles inclinaban sus cuerpos desnudos, acariciando el borde como manos que buscaban
un cuerpo perdido, suspirando por una última caricia.
Más allá, donde el río se funde con el horizonte, el agua seguía murmurando entre los
sauces con ternura feroz. Cada gota arrastraba en sí misma un nombre, una historia, un eco.
de risas que el destino quebrantó. Y así, entre la risa y la melancolía, el río continuaba con
su viaje, amando con furor y nostalgia lo que la vida ya había arrebatado.
Este relato es un homenaje simbólico a los que no volvieron, a los nombres que aún buscan eco en los silencios del río. Un llamado a la memoria, a la empatía y al reconocimiento del duelo colectivo.