Por: Miguel Velasco – Estudiante de Comunicación Social (Semestre III)
En este microrrelato, el río se convierte en testigo y custodio de los nombres y las historias arrebatadas por la guerra. Cada ola trae consigo el lamento de unas madres que aguardan un regreso imposible, mientras el agua susurra memorias que el olvido no se atreve a callar.

El río canta los nombres de los que se llevó. En cada ola, una historia. En cada piedra, un recuerdo. En cada orilla, una madre con los pies hundidos en la arena, esperando que el agua le devuelva a su hijo. —Ya no volverán —murmuraban entre ellas.
Con un rugido tan inmenso que parece tragar el cielo entero; cada ola es un grito de siglos, una explosión de recuerdos, historias y verdades que se pierden en su corriente imparable. Es como un monstruo que arrasa con todo lo que encuentra en su camino, con cada hijo desaparecido violentamente, pero a la vez, se disfraza de calma, como un sueño que parece nunca despertar.
por: Miguel Velasco, generado por IA
Sin importar las adversidades que se presenten, suplican junto al río, esperanzadas de volver a ver a sus hijos desaparecidos.
Las madres, en las orillas, son sombras que con los brazos extendidos esperan el regreso de sus hijos como si pudieran devolver el tiempo con una caricia. El agua se pasa sobre la arena y por sus pies como un suave velo, y sus ojos abiertos como puertas a la posibilidad de un reencuentro, pero siguen la danza infinita de las olas buscando una señal que les pueda decir que el río ha soltado sus prisas, que ha soltado a sus hijos.
El cuchicheo del agua resuena como una melodía incesante, como un susurro de mil voces que se mezclan, se enredan y se entrelazan en una narración sin fin, y en cada murmullo del río, la esperanza se reinventa como un eco que se repite, como una mentira que se convierte en verdad: el agua nunca olvida, ni siquiera lo que es irremediable, pero al terminar el día, escuchaba: «Ya, déjalo ir y no esperes su regreso», decían sus familiares repetidamente.