Este microrrelato explora la lucha de las madres que enfrentan la impunidad hoy en día, donde el río se convierte en un símbolo de memoria y sufrimiento, recordando a los inocentes cuyas voces aún resuenan en el silencio.

El agua trajo su voz. Murmullos entre los juncos, un canto entre las piedras. Sabía
que no era posible, que su hijo se perdió hace años, que el río solo devuelve
huesos. Pero cada tarde, cuando el sol se quiebra en las aguas, ella sigue
esperando, con la puerta abierta, por si alguna vez el río susurra su nombre.
Por: Gabriela Buchelly – Generado por I.A
—¿Mamá? —llama una voz en su mente, como si fuera un eco lejano.
—Aquí estoy, hijo mío. —Siempre te espero —respondió ella, con la esperanza de ver a su hijo aferrada a su pecho.
Poco a poco el río se iba convirtiendo en un consuelo, donde las aguas turbias de
La impunidad reflejaba las caras de ellos, los inocentes. Los falsos positivos eran
las piedras que se tiraban sin temor alguno al río, hundiendo a las familias en un
laberinto de dolor y desesperanza.
El viento traía las olas que golpeaban fuerte contra la orilla, cerca de su casa, la casa donde se encontraba el eco y el dolor de un jardín sin flores, sin vida. Sus nombres eran arena, arena que se iba entre los dedos como las respuestas y la justicia.
En la casa, la puerta estaba esperando el regreso de los que se fueron. Y en el
río, el agua seguía corriendo, llevándose así la memoria de los perdidos. Aunque
En el fondo, sus voces susurraban que en su corazón y en su vida algo faltaba.