En la mochila vacía de una madre, se borda la esperanza de un reencuentro. Aunque el tiempo y la ausencia parecen vaciarla de sentido, la aguja sigue moviéndose, tejiendo recuerdos, amor y dolor. La mochila se convierte en un símbolo de reminiscencia y en un espacio de desahogo.

Tejía mientras esperaba. Su hijo salió a comprar pan y nunca volvió. Al principio tejía su rostro, luego su nombre y, después, solo hilos sueltos. Un día, la mochila quedó vacía. “No hay que bordear si ya no queda esperanza”, dijo. Pero al amanecer, tomó la aguja otra vez.
Por: Yuleiny Hurtado Montaño – Generado por I.A
Lamadre se sentó en la misma silla de todos los días, en el mismo lugar, esperándolo. Los días se convirtieron en semanas y los meses en años. Pero la fe sigue intacta y la aguja en la mano, lista para seguir bordando el bello rostro de su amado hijo en la mochila vacía.
La mochila vacía se convirtió en un símbolo de memoria. Cada hilo que la madre bordaba era un recuerdo, un momento compartido con su hijo. La mochila se llenó de colores.
donde cada uno reflejaba un secreto, un sueño, una historia.
—Madre, ¿por qué sigues bordando?
—Porque en cada hilo late el corazón de mi hijo; mientras bordo, él sigue vivo en mi memoria.
La Madre siguió bordando, día y noche, sin parar. La aguja se convirtió en una extensión de su mano, de su corazón. Cada una era oración, un susurro, un grito. La mochila era un espacio donde la madre podía expresar su dolor, amor y esperanza. Y aunque nunca su hijo volvió, sabía que su memoria estaba representada por cada hilo que conformaba esa mochila.