¿Sabías que trabajar por 3 horas haciendo explotes te puede dejar una ganancia de $400.000 mil pesos? Sólo debes tener carisma para cautivar al cliente y que prefiera tu lente y no el de tu colega.
Por: Carolina Orejuela Chicangana – Estudiante del programa de Comunicación Social-FUP
No todo el tiempo te buscan mujeres que quieren hacerse sesiones fotográficas o te llaman para cubrir un matrimonio. No siempre puedes fotografiar una embarazada llena de globos con su pareja y demás; pero necesitas comer, necesitas pagar facturas, así que una excelente idea para ser fotógrafo y no morir en el intento, es acudir a los famosos “explotes”.
Le llaman explotes a aprovechar el evento social, hacer fotos, mandar a imprimir en cuestión de minutos y llegar al sitio a vender tu trabajo. Si son grados en Photoshop ya se tiene la plantilla dorada con el año actual y la promoción; si son primeras comuniones, no falta el angelito a blanco y dorado y/o el cáliz bien ubicado para contextualizar. Estos pequeños montajes le dan el “toque” que la gente siempre busca para estampar en el álbum familiar.
El fin de semana pasado, viajé hasta mi ciudad natal Palmira, donde mi tío quien se gana la vida siendo fotógrafo de eventos, me pidió lo acompañara a cubrir unas primeras comuniones que se celebrarían en la capilla de Fray Luis Amigó. Llegué muy puntual con mi cámara DSLR bien cargadita. Él me daba indicaciones de tomarle fotos a las niñas y él se encargaba de los varoncitos; todos de no más de 11 años.
Eran las 9 de la mañana y restaba sólo media hora para que el párroco diera inicio a la celebración. Los niños corrían de allá para acá y algunas familias ya en pleno 2019 traían su propia Canon, Nikon o Sony al cuello. Así que haga la resta.
Pero eso no es todo, por allá en dos esquinas se habían “parqueado” dos fotógrafos infiltrados al evento, y aunque sólo nosotros teníamos autorización de cubrirlo, los colegas también necesitaban su diario, o su quincena, ¡vaya usted a saber cuánto perdimos ahí.! Y bueno, como dijo mi tío: “ahora sí, ¡A correr!”.
Me fui corriendo hasta la portería. Como soy mujer, ya sabes que los encantos pueden ayudar un poco, lograba “quitarle” los clientes a los otros fotógrafos, aunque, finalmente, por ley, eran nuestros.
Confieso que soy bastante tímida y tuve que luchar contra mis pensamientos del “qué dirán” cada vez que me acercaba a una familia porque a algunos prácticamente los obligaba a dejarse tomar la foto y sé que suena molesto, pero no podía dejar pasar a un cliente más. Al otro lado del parque mi tío se veía exasperado, alcancé verlo discutir con otro fotógrafo, así que me dirigí al lugar.
Se dio inicio a la Eucaristía, mi tío me entregó su memoria SD, saqué la mía y me fui corriendo a Mundo Foto Digital, el sitio de nuestra confianza, pero, aunque conociéramos al dueño; otros 30 fotógrafos también eran “panas” y ahí estaban. Como pude logré sacar las impresiones y corrí a colgar los paquetes en bolsas transparentes priorizando el “primer plano ampliada” para verla más llamativa y cautivar al cliente.
Mientras esperábamos que las familias salieran de la capilla, nos sentamos un rato a desayunar Tampico con Pandebono, “manjar de dioses”. Entre tanto, mi tío me contaba que siempre presenciaba peleas entre fotógrafos. Algunas veces eran sólo comentarios ofensivos, otras veces tenía que ser espectador de shows que claramente iban a hacer correr los clientes.
Me dijo: “¿Te acordás del morocho que saludé ahora?
-Sí, el altote él,
Pues ese me dio de a puño hace unos años.
¿qué? ¿Por qué?? ¡Tan atrevido! ¿Y vos qué hiciste?
Pues nada, irme, no pude trabajar ese día…
“¡Paquetes a 25!, ¡Llévese un recuerdo para siempre por tan solo 25 mil!”. Vendíamos, vendíamos y los demás fotógrafos empezaban a llegar con sus paquetes y un poco más bullosos… ¡Ah! y más baratos…para completar. Así que nos obligaba a bajar el precio y evitar perder del todo. Así conseguíamos entregar más de la mitad y los últimos paquetes dejarlos aún más baratos.
Yo no era para nada vendedora, siempre fui muy tímida y miedosa, pero no podía llenarme de eso y menos cuando ya se había impreso e invertido dinero.
Usualmente se ganaba, era excelente porque se invertía medio día de un domingo entre “flasheos” y ventas, y se lograba hasta un 300% en ganancias. Sin embargo, ese domingo sólo recogimos un 50%, ya todo había cambiado.
Como no logramos vender todo, intenté conseguir las direcciones de algunas familias para llevar a sus casas y ofrecerles mejores precios, quién sabe, de pronto no querrán que las fotos de sus hijos terminen siendo parte de la papelería del local de mi tío.
Fue una buena experiencia, salí de mi zona de confort, salí de mis sesiones en casa cuando tus clientes aman tu lente y sólo quieres que obtures toda la tarde. Regresé a Popayán con poco dinero, pero con una gran experiencia de lo que es ganarse la vida haciendo explotes fotográficos en eventos sociales.
Hoy narro mi historia en el marco de un ejercicio periodístico en primera persona de la clase de Periodismo de Análisis de séptimo semestre de comunicación social de la Fundación Universitaria de Popayán.