Este microrrelato encierra un profundo acto de amor y resistencia. A través del gesto de trenzar, la madre transforma el duelo en esperanza, creando un puente invisible entre la ausencia y el recuerdo. Cada trenza es un susurro de su hija, un intento de mantenerla cerca, aún en el silencio del dolor.

Desde el día en que su hija desapareció, la casa se volvió un eco de recuerdos. Cada rincón guardaba una risa, una huella, un mechón de cabello olvidado en el cepillo. El tiempo dejó de medirse en horas y empezó a contarse en suspiros, en pasos que no llegaban, en puertas que no se habrían.
Por: Valentina Rodriguez – Generado por IA
Cada mañana trenzaba el cabello de su hija. “Para que el viento no te la arrebate”.
Decía. Una tarde, los disparos la alcanzaron antes de volver a casa. Desde
Entonces, la madre dejó su propio cabello suelto, enredado en el viento.
esperando que, de alguna forma, su niña encontrara el camino para regresar a su
hogar.
Las noches se hicieron largas y silenciosas. Sentada en el umbral, la madre
dejaba que el viento jugara con sus mechones de cabello, como si en cada uno de
Ellos pudieran encontrar rastros de su hija, alguna señal de su risa perdida.
-¿Por qué cada mañana trenzas el cabello de las niñas?
- Para sentirme un poco más cerca de mi pequeña.
Un día, una niña del barrio se acercó con una trenza deshecha y lágrimas en los
ojos. Sin decir nada, la madre tomó el cabello entre sus dedos y lo trenzó con la
Misma delicadeza de siempre. “Para que el viento no te la arrebate”, susurró.
Desde entonces, cada amanecer, otras pequeñas venían a su puerta. Ella las
peinaba en silencio, sintiendo que, en cada trenza, su hija volvía un poco más a
casa.