Una vez pude volar sobre una laguna de azul lapislázuli profundo y color esmeraldas. Me sentía como un ave que podía observar desde arriba la magnificencia del territorio, sus valles y montañas rodeadas por afluentes de aguas tranquilas y armonía entre los seres vivos.
Me dejaba guiar por el viento como una pluma que el aire se va llevando, pero al observar mi figura no tenía alas, ni picos ni nada que me asemejara un ave, eran mis brazos abiertos y mi cuerpo que se movía por entre las nubes, vestida de jean, camiseta y tenis contemplando extasiada la belleza y perfecta tranquilidad y paz que se percibía desde lejos.
La sensación de volar es indescriptible. Con tan solo mi voluntad interior y mi mente podía controlar cada movimiento, decidir si quería subir o bajar, dar media vuelta y devolverme observando el campo como si fuese la primera vez.
No recuerdo cuanto tiempo pasé viajando despacio y detallando las figuras de las montañas y la variedad de animales que se veían tranquilos en sus madrigueras, nidos y manadas.
Pero si sé que para llegar a aquel lugar tranquilo de un cielo azul profundo y árboles frutales, aguas cristalinas, estuve encerrada durante largo tiempo, recorriendo un laberinto estrecho de paredes altas y grises sin encontrar la salida.
Siempre había estado allí en el laberinto sin alternativas y puertas secretas para poder escapar hacia otra dimensión. Tan solo podía ver el cielo despejado el cual observaba cuando sentía que mis fuerzas se terminaban y la esperanza de encontrar la salida se desvanecía.
Pero un día levanté mis brazos y me mentalicé a volar. Salí moviendo mis brazos con gran esfuerzo hasta que mis pies dejaron de tocar aquella muralla gris. Justo al elevarme pude observar el valle floreciente, la laguna de color lapislázuli, ríos y cascadas que habían estado fuera del laberinto.
Estuve dando vueltas contemplando el paisaje. Tenía muchas ganas de aterrizar en alguna montaña o bajar hasta mirar de cerca la laguna. Pero estaba indecisa; no sabía cuál lugar sería el más adecuado para mí. Rodeé la laguna, pasé por encima de los árboles, observé los animales hasta que un grupo de personas subiendo una montaña llamaron mi atención.
Aceleré mi vuelo y pude ver que el grupo se dirigía hacia una casa hecha de guadua y madera muy sencilla ubicada encima de la montaña. Desde lejos vi que en los alrededores de la casa tenían materas colgadas con flores fucsias, moradas y pequeñas plantas enredaderas bien cuidadas.
Bajé hasta la planicie y divisé a lo lejos la casa. Sabía que había encontrado un hogar y tendría que caminar hacia la montaña para quedarme allí para siempre.