Por: Katherine Castañeda, Comunicadora Social
Emelia Reyes Salgado ‘Batata’ suda más de lo normal. La temporada de calor que azota a diario a San Basilio de Palenque, al sur de Bolívar, no se compara con las gotas que ella derrama sobre su cuerpo desde que madruga a hacer los dulces típicos que sale a vender a la plaza de su pueblo, preparados al son de cantos y bailes originarios de la cultura palenquera, ritual que no deja de practicar antes y durante la elaboración de las famosas cocadas, caballitos, alegrías y enyucados, que se derriten y deleitan el paladar de propios y extraños.
Esta mujer de 56 años tiene sangre tamborera, es nadie más y nadie menos que hija de Graciela Salgado, la máxima exponente del tambor en Palenque y en el resto del mundo, conocida como la voz líder de Las Alegres Ambulancias, agrupación del folclor colombiano que tiene ya una amplia trayectoria en América y Europa.
La vieja Graciela, de 87 años, sufre desde hace más de ocho años de úlcera gástrica que la cohíbe prácticamente de volver a estar en una tarima para cantar, bailar y tocar. Por eso ahora el turno le corresponde a Emelia ‘Mella’ Salgado, como le dicen en su familia por haber nacido en la misma fecha que su hermana Teresa Reyes. Emelia desde que tiene uso de razón canta y hace parte de la agrupación de su madre.
“La música la llevo en la sangre, uno nace con ella y nadie le enseña ni a cantar y menos a bailar, no es como ocurre en otras partes, eso se inculca desde el vientre, los negros llevamos el swing, más por ser de la descendencia ‘Batata’, única en nuestro género.
Cuenta con la alegría que la caracteriza, sentada fuera de su casa y sonriendo todo el tiempo.
Y es que la estirpe ‘Batata’ tiene alma de niño. No pierden la sensibilidad de las cosas y todo lo ve con ojos de amor, siempre a través de un instrumento que ha marcado la historia de San Basilio de Palenque, el tambor, su máxima expresión, su corazón.
“Hemos sido los comunicadores de Palenque a través de él, con él nacimos; en tiempos pasados cuando se moría alguien para dar aviso a los pueblos vecinos de ese acontecimiento se tocaban los tambores, y de generación en generación así lo hemos transmitido, nadie nos enseña, digo otra vez, nacemos con ese don, somos los padres de los tambores y todos somos buenos”, continúa.
Cuando se habla con Emelia se siente su entusiasmo y energía, es una ‘parrandera a morir’ y no escatima en decir, con cierta timidez a la vez, que tiene la voz para suceder a su madre, pero deja en claro que nunca será su reemplazo, porque ella es única e inigualable.
Rafael Cassiani, director del Sexteto Tabalá, otro de los grupos del folclor palenquero reconocido en Colombia y fuera del país, sabe que Graciela es grande, de hecho fue una de las promotoras para que a esa tierra de tambores con más de 30 ediciones del Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque, la declararan Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, y aunque es consciente de que está enferma, Cassiani confiesa, que ella jamás se alejará de la música porque tiene a sus dos hijas en el grupo, a quienes todavía tiene que formar.
Emelia canta como las diosas, tiene una voz aguda y fuerte, y lo mejor de todo es el ‘tumbao’ para bailar durante cada palabra que pronuncia al sonido del tambor, la verdadera fuerza de su grupo. No quiere sólo decirlo y por eso hace una demostración en la sala de su casa para que conozcan los temas fúnebres de sus antepasados: bullerengue, chalupa y lumbalú, así como las rondas palenqueras y el son palenquero, inéditos de Las Alegres o Las Ambulancias, como también se les conoce. Todos ellos provenientes de su cultura en San Basilio de Palenque.
Entonces, enciende su televisor y el reproductor de DVD, pone el último CD que grabó con su madre y en el que aparecen dos canciones de su autoría. Se desconecta del mundo, cierra los ojos y se deja llevar por sus ancestros, quienes hoy día la proyectan como la futura promesa vocalista de ‘Batata’ y Las Alegres Ambulancias, con las que ya debutó en Bogotá para celebrar el Día de la Afrocolombianidad en mayo de 2009. Se olvida de que su marido acaba de llegar, la música ya la posee.
Ehhh niña es que a mí me gusta contonear las caderas, subir los brazos y mover los pies con la música de mi sangre.
Une sus pies y da pasos cortos y con ritmo, las manos las pone en las caderas como si estuviera recreando lo que se conoce como cumbia, pero al mismo tiempo, las bate hacia arriba en señal de adoración. Sus movimientos giran alrededor del centro de su casa, hace de cuenta que ahí está el muerto.
Al terminar el baile del ‘Coron coro’ y ‘Chimancongo’, se suma a ella su nietecita de tres años con quien vive en su casa, quien al igual que la abuela tiene swing, “si ve eso se lleva en la sangre, uno no más mira y tiene para toda la vida”, dice, y sigue sonriendo, en su rostro no hay cabida para la tristeza, aunque no tiene mucho en su aposento.
Dos mesones de madera con una estufa y un mueble que carga con el televisor, la grabadora y el reproductor, son sus mayores riquezas. “No necesito nada más para ser feliz, soy de la estirpe ‘Batata’ y nuestra única felicidad es la música”, expresa ya casi sin aliento por el agite de la presentación improvisada.
Recuerda que, aunque todavía en algunas casas permanece viva la tradición del lumbalú para dar el último adiós a sus seres queridos con un llanto amenizado por el retumbe del tambor, los cantos no son tan fúnebres. “Se han dejado de cantar sólo para los velorios –comenta, ahora se cantan en cualquier momento y lugar, eso sí, en nuestra lengua palenquera, mezcla del español con lenguas africanas”, la que marca los orígenes de Palenque y deja como precedente la libertad, que en tiempos de esclavitud, les dio el líder africano Benkos Biohó.
Benicio Torres, su hijo y también tamborero de Las Alegres, explica que en el intermedio de los dolores de la muerte una vez pidieron una chalupa, algo más movido, y ahí fue donde los velorios se volvieron más alegres. Claro que, por ser un ritual sagrado para los palenqueros, Las Ambulancias deben de pedir antes permiso a sus ancestros para poder tocar. A ellos hay que respetarlos.
Y ‘Mella’ lo hace y para que su canto le salga cada vez mejor, porque sabe que le falta pulir unas cositas, ensaya y ensaya su voz en solitario mientras hace las labores del hogar. Las Ambulancias realmente poco se reúnen para ensayar, “eso sólo se da cuando hay alguna contratación que es por lo general para otras ciudades del país o el exterior, entre cuatro o seis veces al año, aunque varía”.
De nuevo sentada y más relajada recalca que no le afecta el hecho de no cantar en público de seguido, “hace falta, pero no me angustio”; igual sin pensarlo canta todos los días con la venta de cocadas: “Cocada, alegría, caballito, enyucado, llevo para pico, para palo, para los hombres asentados, parados, ahincados, agachados, acostados, nuevo, viejo y arrugado”… “Llevo cocadas, caballitos, caballito y cocadas para la viuda, soltera y casadas, embarazadas, espichadas, completa y estripada”, es su cántico diario, con el que proclama también la voz de Las Alegres.
Emelia desconoce solo un detalle importante de su familia que no la deja tranquila. No sabe, pese a que por sus venas corre sangre de tamborera, tocar el tambor. “Mi mamá sí es toda una experta” reitera enorgullecida de quien la trajo al mundo, una ‘Batata’ de verdad verdad.
¿Y qué es una ‘Batata’?, se echa a reír, “la mayoría de personas –explica– piensan que ‘Batata’ viene del tubérculo y eso a Benicio le disgusta, nuestro nombre viene del golpe de los tambores.
Pedro Salgado, mi abuelo, cuando hablaba de ese golpe decía “tan tan tan tan tan”, pronunciando ba ta ta ta (…), entonces por eso nos llamaron así”.
Ese golpe, que sólo se siente con el alma de palenquero, melancólico o alegre, se escucha más fuerte cuando se desarrolla el Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque, que de hecho es cada año, el segundo fin de semana del mes de octubre, con la diversidad de los grupos culturales que tienen como protagonista al tambor. Todo se vuelve fiesta, Palenque se vive más, sus calles polvorientas, pero gratas de pisar, día y noche cuentan con muestras gastronómicas, venta de artesanías, talleres de percusión, formas de peinar y hasta cursos de lengua palenquera, y por supuesto, presentaciones en vivo de tambor y de danzas.
Una festividad que nunca se pierde Emelia, y que este año (2009) goza desde la ‘barrera’ porque como pocas veces sucede, por un motivo personal no sube a tarima; quiere más bien tomarse unos traguitos con su marido y bailar esas danzas africanas hasta sudar la última gota.
Se alista para salir a gozar, se cambia de ropa, y antes dice que en noviembre de 2009 retornará a Bogotá para una nueva presentación ante su público que gusta de su talento.
Aunque mi mamá no esté, ‘Batata’ y Las Alegres Ambulancias seguirán dando de qué hablar porque la tradición no se perderá ni por el pasar de los años, ratifica.
Se despide. ‘Mella’ con un abrazo reivindica su amabilidad, su educación, pese a que sólo hizo hasta primero de primaria, lo demás se lo enseñó la vida. Más tarde en la noche se observa en la plaza tomando cerveza, radiante y contenta por compartir sus costumbres con los demás palenqueros. Se nota, es feliz.