Soñaba con su vida. Nunca antes lo había hecho, pero, ese 12 de diciembre de 1979, por alguna razón, sus sueños eran memorias. Recordó su juventud, su hogar, su tierra natal. Estaba en Bucheli, tenía 16 años y debía marchar a Tumaco para conseguir mejores oportunidades de estudio, poseía una dualidad en su alma: la tristeza por dejar su tierra y la emoción por comenzar cosas nuevas.
Luego, a sus 20 años, comenzó su aventura como comisario del pueblo. Se sentía feliz, debía velar por la seguridad social. En medio del sueño sintió un leve temblor, se dio la vuelta en la cama y siguió durmiendo. Ahora estaba con la mujer que más amaba, una sonrisa involuntaria brotó de su cuerpo dormido, ¡Cómo amaba a aquella mujer! El día que conoció a su esposa supo que sería para toda la vida, es increíble que ahora ya tienen 6 hijos juntos.
Una fuerte sacudida hizo que abriera sus ojos, Simón Estrella se preguntaba qué estaba ocurriendo. Mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, escuchó cómo varios de sus enseres golpeaban contra el piso de cartón. La esposa de Simón Estrella, estaba igual de consternada que su marido. Se levantaron de la cama, salieron de su habitación y recogieron a Maria Eugenia, su hija mayor.
Caminaron hasta la puerta con paso decidido mientras el temblor hacía dudar sus pisadas. La abrieron e inmediatamente, Simón, quién siempre fue un fiel devoto de Dios, puso sus brazos en forma de cruz. Escuchó unos pequeños murmullos, miró alrededor para saber de dónde provenían y se dio cuenta que de los labios de su pequeña, salían de manera casi maniática las palabras Padre Nuestro, una y otra vez.
El movimiento se detuvo. No supo cuánto tiempo estuvo así, sus brazos parecían cansados. Se sentó en su viejo banco y miró alrededor. La bella Tumaco se hallaba sumida en la desesperación. Escombros repartidos por todas partes, casas, gritos desesperados por encontrar algún rastro de un ser amado. La ira del cielo cayó sobre nosotros, eso fue lo que Estrella, sentado en su banco, pensó. Volvió a dar una mirada por el lugar, era tanto que no sabía por dónde comenzar, entonces, reparó en que su casa estaba intacta.
Aquella casa de paja y cartón, se salvó. Miró al cielo y agradeció, Dios estaba con él. Simón Estrella salió de sus pensamientos y se dispuso a ayudar. Al ser comisario, debía acompañar al pueblo. Salió de su casa y comenzó a caminar por las calles destruidas. Sólo quedaba la sombra de la hermosa tierra. Un grito llamó su atención: ¡Comisario Estrella! ¡Comisario, ayúdeme por favor!, Simón caminó, casi corrió hasta el lugar desde dónde provenía aquella voz. Encontró a un anciano atrapado entre los escombros, su corazón se conmovió. A partir de ese momento, en la mente del comisario solo existía una cosa: ayudar a tantas mujeres y niños como pudiese.
Tras la noche larga, llegó la luz. El comisario Estrella se levantó, sus ojos pesaban y su cuerpo se sentía cansado. Se miró al espejo y en sus ojos sólo había miedo. Miedo por no saber cómo proseguir, de no poder hablar correctamente… miedo a enfrentarse a la desgarradora realidad. Se llenó de un valor que no sabía que poseía y se encaminó a su labor. Después de una jornada extremadamente larga, llegó a su hogar. El corazón le pesaba, tenía sentimientos encontrados.
Por un lado, era realmente triste que muchas personas hubiesen perdido sus hogares y a sus seres amados. Pero, por otro lado, estaba infinitamente agradecido con Dios porque él y su familia estaban a salvo. Simón Estrella se quitó su ropa de trabajo, se dio un largo baño y salió. Se recostó en su cama, miró a su derecha, su esposa descansaba junto a él. Le dio un beso en la mejilla. Cerró sus ojos por un momento, y entonces, recordó. La ola subía, era cada vez más grande. Sintió miedo. Sin embargo, mientras más la ola subía, más paz sentía.
El padre de la parroquia, sacó la estatua de la virgen y la colocó frente al mar que quería tragarlo todo. Algo milagroso sucedió. Nunca lo olvidaría. Al poner la estatua cara a cara con la ola, ésta disminuyó su tamaño. La virgen los había protegido, Dios los había salvado.
Simón Estrella cerró sus ojos y durmió.