Erika Espitia Realpe
Alejandra López Berrío
Programa de Comunicación Social-Periodismo FUP
Agustín Sarmiento nació en el año de 1930 en Cumbita, San Pedro (Los Andes) Nariño “mi patria chica”. Hoy tiene 85 años y recuerda muy poco de sus padres, pues ellos murieron tiempo después de que él se fuera de su casa cuando apenas era un adolecente.Tiene una hermana llamada Guadalupe Sarmiento en Anzoátegui Tolima, aunque desde hace 50 años no la ve. Agustín no sabe escribir y afirma que lo único que sabe leer es la santa escritura.
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Recuerda que vivió por mucho tiempo en un potrero junto con su madre María Sarmiento y su hermana. Tiempo después llegaría Miguel Rosero proveniente de Guaitarilla (Nariño) quien se convertiría en el compañero de lucha de su madre y padre de Agustín y de su hermana. El sustento diario para ellos se daba gracias al ordeño de vacas, el cuidado de animales y a la compra y venta de arroz en granza (arroz con cáscara). Agustín y sus hermanos quedaron huérfanos desde muy pequeños, pero él por ser el hijo mayor tenía que ver por sus hermanos.
A sus 17 años, Agustín escapó de la casa en la que se había criado, porque estaba cansado del ritmo de trabajo que tenía y fue así que con su mula de carga emprendió viaje a El Rosario – Nariño en busca de nuevas oportunidades. Finalmente llegó a una finca y empezó a trabajar, su mula cargaba doce arrobas de maíz y junto con ella caminaba desde Rosario hasta Mercaderes – Cauca, después de algunos meses trabajando su patrón le encargó manejar los trabajadores de la finca y justo en ese momento, cuando ganaba la confianza de su patrón, le llegó la hora de prestar el servicio militar.
“Estuve 18 meses en el cuartel, siempre nos fue bien, y pues les cuento que me tocó patrullar casi 13 meses por el Tolima en el monte, de ahí me reclutaron y me llevaron al Centro Melgar Tolima, ahí estuve tres meses, juré bandera y allá me dio una enfermedad en el talón del pie derecho, como si me hubiera picado un animal. Yo tenía ahí una gusanera y pues a raíz de eso me hospitalizaron.
Cuando me tocó jurar bandera el coronel fue a verme al hospital y le preguntó a mi sargento ¿qué le pasa a Sarmiento? y él le dijo que tenía incapacidad por un par de meses y después me pregunto cómo me sentía, yo le dije: estoy bien mi coronel, estoy bien, y él me dijo: ¿te querés quedar aquí o querés ir a la fila? yo solo le dije: me siento capaz de trabajar mi coronel, el afán mío era jurar bandera, de ahí el coronel le dijo a una enfermera: páseme la historia clínica de él – la miró y ahí decía que yo estaba incapacitado por dos meses, solo me dijo: el gusto es tuyo, yo no lo pensé y le dije: vámonos, me fui para el campamento y me llevé una sorpresa me habían robado todo, la cobija, la ropa entre otras cositas que había dejado, ese día me dejaron sin nada solo estaba el fusil. De ahí me entrené y me fui para la fila y dije: quiero estar en el juramento, yo tenía ganas de salir.
“Al salir al monte cogimos una banda que llamaban los chispas, era un grupo de delincuencia común, recuerdo que eso fue en el año 1957, de ahí fue que me nombraron dragoneante y me tocaba mandar mi escuadra, y eso nos pagaban el jornalito de cualquier soldadito”.
Después de prestar servicio militar volvió a trabajar en la finca de El Rosario sembrando maíz, hasta que un día llegó un fuerte verano y dañó la cosecha. Al no saber qué hacer decidió emprender viaje al Valle, donde empezó a trabajar en el ingenio Pichichi, pero fue un trabajo de pocos días ya que su jefe llamado Modesto era muy complicado y poco le gustaba el trabajo que él realizaba, así que lo despidió sin pagarle un solo peso. Agustín siguió su camino hasta llegar a Palmira donde, se encontró de nuevo con el jefe que lo había despedido sin razón alguna y sin pagarle. Acudió a la policía y le hicieron pagar hasta el último centavo de lo que su antiguo jefe, Modesto, le debía, finalmente le pagó trescientos mil pesos con lo que viajó a Armenia para recoger café de finca en finca.
Lo que hizo en Armenia no fue suficiente, pues estuvo casi dos meses. Se aburrió en aquel lugar, así que tuvo que volver al Valle del Cauca a cortar caña y así fue como se vinculó con el Ingenio Manuelita en donde estuvo trabajando por 18 años, fue ahí donde conoció a su primera esposa, Rosa, con la que tuvo seis hijos, aunque uno de ellos murió. Vivieron por mucho tiempo en el Valle, estuvieron en Palmira y también en Florida, pero poco a poco el amor se fue acabando.
Agustín había encontrado a su esposa besándose con otro hombre, sin decir nada dio la vuelta y se fue a la casa a esperarla. Al llegar, Rosa encontró a Agustín sentado al borde de su cama, con su mirada pedía una explicación, a ella solo la invadía la culpa, sus manos temblaban y todo lo que agarraba caía al suelo, finalmente y sin dirigirse la palabra, al tercer día Rosa decidió irse de la casa con uno de los trabajadores del Ingenio Manuelita. Los compañeros de trabajo le contaron a don Agustín que la comida de ella después de haberse ido de la casa era tan solo una arepa y un vaso de agua de panela, estaba viviendo muy mal.
Rosa se había cansado de esta situación y decidió buscar trabajo en Palmira pero no consiguió nada, por eso regresó por sus hijos y con la esperanza de que Agustín la perdonara. Rosa tenía un hermano, José quien vivía con Agustín, “él era mago, hacía remedios caseros, leía la mano, la gente lo buscaba mucho para que trabajara en Bogotá, Caquetá y Nariño”. José era la mano derecha de Agustín, era su apoyo incondicional desde que Rosa había abandonado su hogar.
El día que Rosa llegó por sus hijos, Agustín no se encontraba en la casa, pues estaba en Florida trabajando y al volver se encontró con la sorpresa de que Rosa había regresado. La casa estaba organizada y los niños bien vestidos. José le dijo a Agustín: “Rosa ha venido a llevarse los niños, pero yo no sé los quise entregar”. José ubicó a los niños en fila, por estatura y les preguntó a cada uno ¿con quién se quiere ir?, cada uno responde con mamá y papá, entonces don Agustín menciona “no la dejo, ni la despojo, ni la echo al mundo como mi Dios la echó al mundo, pero el genio mío lo voy a cambiar misia Rosa, mi genio no va a ser como antes, ahí usted verá!”, Rosa solo escuchó y sin mediar palabra se puso a hacer oficio como si no hubiera pasado nada.
Agustín pensaba que Rosa había cambiado, pero al parecer seguía siendo infiel. Un día un tío de Agustín, quien vivía a una casa al lado de la de él, dice: “no, esa mujer no ha cambiado nada, como que anda para arriba y para abajo con un compañero suyo, un morocho, ese que le viene a dejar a usted las maquinarias”. Pero a pesar de todo lo que su tío, primos y cuñado decían él se empeñó con seguir con ella.
En el Ingenio Manuelita trabajaba como contratista y su trabajo consistía en ser cortero de caña. Debido a esto Agustín estuvo expuesto a muchos accidentes, muchas veces se cortaba la cara o sus manos, lastimosamente esto no lo cubría la empresa y cada que tenía este tipo de accidente don Agustín debía cubrir los gastos de las curaciones. Cansado de esto decidió presentar su carta de renuncia, pues no estaba dispuesto a arriesgar su vida y dejar a sus hijos solos, pero a pesar de esta situación decidió buscar otro trabajo en otro ingenio llamado Río Paila en el que, sin pensarlo, iba a estar igual de expuesto.
Después de varios días trabajando en el ingenio, Agustín decide llevar por primera vez a su hijo al trabajo, para que conociera un poco de lo que él hacía, así que salió con él a las diez de la noche en la camioneta que los trasportaría hasta el Ingenio, pero una hora después cerca de una gallera llegando a Buga se llevarían el susto de sus vidas. Agustín dice “nos accidentamos, todo se dio porque justo delante de nosotros venían compitiendo dos buses, uno de ellos invadió el carril derecho y fue ahí donde sentí el candelazo del choque, recuerdo que quedé atascado en una baranda, bajo maletas, ollas y bultos, eso fue lo que me salvó.
En ese momento empiezo a mirar alrededor buscando a mi hijo y veo a un hombre que había sido atravesado por una lata, tenía la misma ropa que él, pensé que era mi hijo y de inmediato me desmayé. Cuando desperté le miré su rostro me di cuenta que no lo era ¡Qué alivio el que sentí! Y empecé a llamar a mi hijo, quien había caído por un barranco, pero no le había pasado nada grave, solo tenía algunos golpes, después de todo esto fuimos a parar al seguro social. Allí amanecimos. Recuerdo que en esa época tenía 40 años aún estaba muy joven”.
Después del accidente pasaron varios días para que Agustín y su hijo se recuperaran de los golpes, lastimosamente Rosa no había querido hacerse cargo de sus cuidados por lo que Agustín decidió dejarla, además por que seguía haciendo de las suyas, no había cambiado nada de lo que habían acordado; así que dejó su casa y los niños para que ella se hiciera cargo de ellos. Ya eran los años 70 y Agustín emprendió su viaje hacia la Costa, a Santa Cruz de Sigüí, ubicado en López de Micay, en el departamento del Cauca, Región Pacífica, allí fue donde compró algunos terrenos de casi 90 hectáreas por un millón de pesos.
“La comida era buenísima, había chontaduro, caimo del grande y del morado, ya habían pasado casi cuatro años y le conté a mi cuñado donde estaba y lo que había conseguido, le dije que podía venir a acompañarme y trabajar juntos, pero él le contó a Rosa y cuando menos pensé ella llegó con los niños a donde yo estaba, con la idea de volver conmigo, pero era imposible porque yo ya había conocido a la que hoy es mi esposa, María con la que tenía ya dos hijas”. Rosa al ver que con Agustín era imposible volver a formar un hogar decide devolverse a Palmira y seguir trabajando por sus hijos y así poderlos sacar adelante.
Agustín llevaba cinco años trabajando su tierra, en esa época no se escuchaba nada de la guerrilla lo único que molestaba era la delincuencia común, “los picaros” como los llamaba Agustín. En su finca tenía marranos, gallinas y algunos cultivos de papa china, todo iba bien hasta que a su vecino con el que había tenido una buena relación lo asesinaron.
“Decían que habían sido unos pícaros que apenas habían salido de la cárcel, yo recuerdo que salí a caminar por un matorral y sentí un olor fétido, me encontré un morral envuelto en un plástico, estaba lleno de huesos, a mi vecino lo habían descuartizado, no le quise contar nada a nadie porque no me gusta ser chismoso, sabía que otra persona junto a mí también lo había visto, entonces pensé que ella lo había hecho, además me investigarían y yo no tenía nada que ver con eso pero, pasados 3 días bajé al mercado del pueblo el inspector de policía me llamó y me dijo: una vecina me contó que usted encontró el cuerpo de su vecino, yo le dije que no había encontrado a nada, tenía miedo de que me culparan.
Al día siguiente, un lunes, otro vecino fue a mi casa y me dijo: “Vuélese que lo van a pelar” y me entregó unos cartuchos para mi escopeta Ecuatoriana, yo le dije ¡pues va a tocar echarles candela también! Y me metí entre el monte dejando sola en la casa a mi esposa María y a mis dos hijas y fue ahí cuando llegaron dos tipos encapuchados, tocaron la puerta y preguntaron por mí, pero María les dijo: “él se fue para Santa Cruz, y no ha vuelto”, después hablé con María y desesperada me dijo: “¡Volémonos, ya no aguanto estar aquí sola, tengo miedo!”
Debido a todo lo que estaba pasando, Agustín se fue para otro pueblo cerca al municipio de El Tambo – Cauca ahí fue donde compró un terreno de siete hectáreas, pero llegó la guerrilla, armaron carpas, se adueñaron del terreno y lo minaron, era imposible vivir ahí. Así que le dijo a María ¡yo me largo! Finalmente Agustín, María y sus dos hijas la mayor Tomasa Sarmiento Rivera y la menor María Esperanza Sarmiento tomaron un bus rumbo a Popayán.
Así han pasado once años desde que vive en la ciudad en el asentamiento Laura Mercedes Simmonds. Agustín llegó a este lugar porque se enteró que una de las hijas que había tenido con su exesposa Rosa había invadido, y fue quien le dijo que podía quedarse en el rancho que ella había construido ya, que había conseguido junto con su esposo una casita mejor. De Rosa se sabe que vive en Popayán con un nuevo compañero y sus hijas ya se han independizado, todas están organizadas, tienen hijos y esposo.
Al llegar al asentamiento Agustín se encontró con varios ranchos en medio de un humedal y una quebrada sin cause que se habían convertido en un botadero de basura y escombros, por esta razón, decide junto con la comunidad limpiar la quebrada Pubús que rodeaba el asentamiento y darle profundidad para que no se desbordara e inundara sus casas, además de esto instaló un puente para que las personas pudieran pasar de un lado al otro.
El reciclaje desde entonces se convirtió en la única fuente de sustento diario para él y su familia, y fue así como recorriendo las calles de Popayán se encontró con dos personas que estaban arrojando escombros y chatarra, entre estas el puente, el que decidió llevarse en su carreta la cual está hecha de varilla, tabla y cuatro llantas que ayudan a su movilización, las únicas testigos del trabajo diario de Agustín Sarmiento, esta le permitió llevar el puente hasta el asentamiento, ya que sus vecinos habían instalado de manera improvisada algunos puentes con los que hacían negocio, y si alguna personas quería pasar de un lado al otro tenía que pagar quinientos pesos.
Para Agustín esto era injusto así que con la ayuda de algunos vecinos instaló el puente para que todo el mundo pasara libremente, aunque no contaba con que uno de sus vecinos le robaría la superficie que lo conformaría (recortes de madera) y las que él “pillo” usó para arreglar su carretilla. A pesar de esto, Agustín buscaba la forma de tener el puente en buen estado.
Hoy Agustín vive solo con su esposa en el rancho que con el tiempo ha ido mejorando; es un espacio muy pequeño dividido en dos partes, en una está su cama, una mesa de tabla que utiliza como comedor y en la otra está su cocina, a un lado el lavadero y el baño. Es un lugar humilde pero muy agradable quizás por las dos personas que viven allí, Agustín y María, un par de viejos que reflejan el amor que se tiene entre los dos, se ayudan mutuamente, pues si alguno está enfermo el otro está allí para cuidarlo además salen juntos a reciclar y recorren incansablemente las calles de Popayán tomados de la mano.
Agustín a su edad es un hombre de admirar, un viejo que lucha cada día por su mujer y él mismo, para que cada día que llega sea mejor, no le importa si está enfermo o cansado, siempre sale con las mismas actitud, lleno de entusiasmo para que nunca falte la comida en su casa.
Aunque sus hijos ya tienen sus hogares, estudian y trabajan, ayudan en lo que más puedan a sus padres, quienes esperan ansiosos ser beneficiados con el proyecto de vivienda gratuita, promovida por el Gobierno Nacional y que seguramente mejorará su calidad de vida. “Solo esperamos que nos salga alguito pues saltaríamos en un pie de la alegría de saber que nos darán una casa, tenemos todos los papeles al día pero solo nos queda esperar a ver si contamos con buena suerte.”