Cimarrón
Cuando empezó la Colonización Española en tiempos antiguos, los territorios que hoy conforman Colombia en siglo XVI, fueron poblados por comunidades africanas quienes fueron arrancadas de sus tierras e introducidos en el nuevo mundo, para trabajar en las minas, exponiéndose a sufrir de maltrato por parte de sus amos que los raptaban y compraban.
Los esclavos africanos llegaron a trabajar en una hacienda ubicada en las vastas llanuras donde vivía la familia de Don Antonio Ferrer López, casado con la señora Ana Isabel de Ferrer. Compartían su amor y bienestar con sus 3 hijos: Alonso, Rafael y Luisa Fernanda Ferrer López. La hacienda era conocida como Llano Hermoso.
Alonso y Rafael fueron nombrados representantes de la Corona Española en esta parte del Nuevo Mundo; debieron irse muy lejos del hogar para conquistar nuevas tierras. Por otro lado, Luisa quedó en casa muy triste, por la despedida de sus hermanos, acompañada de sus padres que los encomendó a la Divina Providencia que los llevara con bien.
Don Antonio tenía esclavos en su hacienda, algunos se encargaban de las minas, la ganadería, otros de cuidar los viñedos, los jardines, los animales o cultivos de pancoger, en fin, una serie de oficios que se desarrollaban en la hacienda.
La joven Luisa salía en las tardes en su caballo castaño a recorrer los linderos de la hacienda con el hijo de la esclava llamado Martín que preparaba la comida de sus patrones. Aunque este joven era quien la cuidaba en sus paseos evitaba acercársele, siempre mantenía una distancia prudente con Luisa.
Luisa le daba su confianza sin temor alguno, compartían hablaban de temas relacionados sobre cómo era la vida de los esclavos, qué comen, si sienten amor, sus creencias, temas en común. Este compartir diario hizo que su amistad fuera más fuerte, llena de cariño y admiración mutua. Luisa regresa junto con Martín a la hacienda antes que caiga la noche.
A la mañana siguiente, la señora Ana Isabel se antojó de comer uvas y el papá de Martín le llevó los grandes racimillos de uvas hermosas y jugosas; ante la admiración de la patrona por las uvas y el cuidado de éstas, ella pidió que abonara más los arados y aumentara los cuidados para que la viña siguiera dando una hermosa producción.
El esclavo sin querer, en horas de la mañana confundió el abono y a cambio vierte un líquido que hace justo el efecto contrario, es decir, marchita la viña. Horas más tarde, el esclavo observa que el viñedo se encuentra amarillento y marchito en sus 150 hectáreas en toda la llanura.
Don Antonio Ferrer, enfurecido al ver lo sucedido llamó al esclavo y le pidió una explicación; este con lágrimas le dijo que se ha equivocado en el producto que le vertió al viñedo y con voz entrecortada le expresó que mañana a la madrugada estaría muerto todo el viñedo.
Don Antonio, muy iracundo cogió a su mayordomo y lo mandó a suspender de un árbol, sin ropa al humilde esclavo que suplicaba por su vida, enseguida comenzó a castigarlo, causando grandes heridas a flor de piel. El llanto de éste esclavo encegueció a su hijo Martín, y sin medir consecuencias se metió en el castigo de su progenitor, golpeando a su amo con una piedra, pero éste le propició al muchacho un golpe en el estómago con un palo dejándolo sin aliento y seco del dolor. Después, lo mandó a azotar toda la mañana; Luisa no pudo impedir nada y sufría en silencio la desgracia de Martín, Luisa se cuestionó ante lo sucedido: ¿Sería una ofensa para mi padre meterme en sus asuntos personales?
El papá de Martín salió del castigo con graves heridas en todo su cuerpo y la madre de Martín comenzó a cuidar de él con yerbas y paños de agua tibia.
El joven Martín en la celda lloraba más de cólera que de dolor por sus heridas. Martín estuvo 20 días en el calabozo, cuando salió se robó el caballo castaño de la joven Luisa, salió a escondidas sin que nadie lo notara, y de un momento a otro se fugó de la hacienda en medio de los tiros de escopeta, fue inútil tratar de matarlo ante la inminente huida de su esclavitud.
Martín tras huir varios días lejos del latifundio, soportó el frío, el hambre, las picaduras de zancudos, los peligros del bosque y recordaba que su papá le habló alguna vez de un tigre que merodeaba en busca de carne fresca en el bosque, pero lo vió devorándose una vaca a lo lejos y sintió tranquilidad de que no sería el almuerzo de esa fiera.
En el camino, el caballo para de una forma agresiva y se acuesta, no quiere caminar más y comienza a convulsionar echando babaza con sangre por el hocico en el pasto. Martín decide revisarlo para ver qué pasa, para su sorpresa descubre que al caballo lo ha mordido una serpiente venenosa; al no saber cómo socorrerlo, prende en llanto y tristemente desconsolado, sin remedio alguno termina por dejarlo en el camino a que termine de morir.
El joven Martín encontró un árbol de mangos, corrió hacia él y subió a comer hasta saciar su hambre, pero a pesar de lo mal que estaba, Martín sentía desfallecer por momentos por la fiebre que le dio. Pero la sed de venganza era más fuerte cuando su memoria revivía paso a paso cada latigazo, las ofensas que recibía, y que era tratado como un miserable esclavo.
Pero afortunadamente se encuentra un riachuelo junto a su orilla un rústico machete viejo, que fue abandonado por trabajadores del lugar, el cual le sirvió para varios usos, cortar unos palos y hacer lanzas con éstos; eficazmente les saca punta para pescar, lanzó con puntería y precisión atrapando un hermoso bagre de cinco kilos. Llegando la noche, el joven reúne hojarasca con chamizos, de ahí que de dos piedras saca una chispa tan grande que prende fuego, pone a asar el pescado y se lo come de una forma tan jugosa y sabrosa que le recuerda a su madre cuando le traía pescado asado a escondidas de los patrones.
Al caer la noche Martín se acuesta a dormir pero rememora a Luisa, poniéndolo algo melancólico y lo acorralan los recuerdos, y se pregunta si el destino los juntaría de nuevo, siendo ella quien venía de la nada a su mente secuestrando sus sentimientos y lo convidaba a desvelarse por ella, convirtiéndose en su aliada en el silencio y ansiaba tenerla junto a su pecho, pero el bisoño joven se dejaba arrullar por la serenata que brindaban las ranas y los grillos junto con el cucú de la lechuza que retumbaba en las montañas de manera que lo asustaba en medio de la noche al tratar de dormir.
Se despabiló por sí solo al otro día, poniéndose en camino a ajusticiar al señor Don Antonio, sin importar el dolor que sentiría su amada por su padre al verlo muerto. Tenía un plan siniestro, él solo pensaba en su víctima para descargar el resentimiento que lo invadía en lo más profundo de su corazón. Martín quería causarle tormento y angustia al patrón como él lo vivió, de una forma cruel y por último matarlo.
Al poco tiempo las cosas cambiaron, Martín escuchó el galope de unos caballos que se acercaban entre la maleza y con mucho miedo miró que vinieron hacia él y sin previo aviso es atrapado; quiso defenderse con el machete pero pensó “todo es inútil, no puedo hacer nada, estos hombres me podrían matar, no quiero morir ahora porque no he calmado mi sed de venganza”. Lo amarraron de manos y pies, luego fue echado como una carga en uno de los caballos, para ser vendido en otras tierras.
Martín es subastado en un pueblo, el señor Don Juan De La Comarca lo compró por ocho reales. “Mira que el esclavo tiene todos los dientes, es buen mozo aunque demacrado por la falta de alimento”, dice uno de sus captores. Don Juan ordena que lo bañen y le pongan ropa, no de esclavo sino de noble. Martín le contó a Don Juan lo que le sucedió y desde ese momento lo ocupó como un hijo más, y Martín correspondió al trato tan especial que le dieron, trabajando con alegría y entusiasmo. Al joven Martín le disminuía con los años su deseo de venganza y sin tantos preámbulos se preguntó ¿por qué era tratado con tanto amor y dignidad cuando nunca recibió este trato por parte de sus patrones?… era porque Don Juan era un hombre de DIOS.
Martín muy agradecido se quedó al lado de este gran terrateniente, aprendiendo a leer, a escribir y a manejar negocios, aunque se equivocaba en los oficios, fue corregido por Don Juan con cariño. Martín se perfiló tanto, que su condición de “Negro-esclavo” no fue impedimento para ser alguien importante en la familia y pasó a manejar el negocio de la venta de animales, cambio de productos por minerales, y manejaba el dinero que entraba y salía.
El muchacho no se sentía cómodo, los recuerdos lo invadían. Don Juan siempre calmado y cauteloso respondió: “te acompañaré como muestra de mi agradecimiento por el trabajo que has hecho en mi hacienda”. Cabe añadir que le tenía un gran cariño como si fuera hijo de la familia.
El patrón reúne a todos sus trabajadores y les dice que saldrán al despuntar el alba; nadie había visto a Don Juan dirigiendo como todo un caudillo para el viaje. Se ensillaron quince caballos, la gente salió como una gran infantería bien uniformados con banda de guerra. ¡Martín, de él ni se diga!, parecía el príncipe del reino de Persia. Don Juan tenía muchos hombres bajo su mando, como si estuviera movilizando un batallón de guerra.
Al entrar a la hacienda de Don Antonio Ferrer López, Don Juan envía su emisario para anunciar su llegada junto con su Hijo Martín, en compañía de la comitiva de su familia, sacerdotes, oficiales de palacio, mayordomo, alférez, canciller, notarios, sayones y por último escribas que tomaban atenta nota de lo que pasaría en el encuentro de las dos familias. Sin miedo alguno continuaron hacia la hacienda de los Ferrer.
Al escuchar al embajador, Don Antonio se asustó por la cantidad de gente que miró venir a lo lejos; el mensajero le anuncia la llegada de Don Juan y Martín, éste se estremece de pavor y se pregunta ¿Qué podría pasar? en ese momento sale de su alcoba la Joven Luisa impresionada por la cantidad de gente que se avecina y tiemblan sus entrañas al igual que su madre de pavor.
El batallón y la gente que llega acordonan la zona de la hacienda Llano Hermoso, a los esclavos y capataces se les solicita que no se muevan de donde están, para atender la visita de la mejor manera y evitar problemas, nadie se expone al peligro ni pregunta nada, solo esperan indicaciones de Don Juan.
Muy sencillo Don Juan en compañía de Martín saludan con mucha cortesía a la familia de Don Antonio, las primeras palabras de Martín son: “quiero ver a mis padres y quiero comprarle sus derechos de libertad”… mientras el silencio de Don Juan era la tranquilidad de saber que había sembrado en el muchacho buenos modales, el respeto y la cordialidad que no se harían esperar en este momento tan crucial y evitar por todos los medios la violencia.
Se desahoga llorando Martín diciendo: “usted no sabe Don Antonio el daño que me ocasionó durante muchos años, tratándome como un animal como si yo no tuviera alma, pero dese cuenta que yo siento igual que usted, que la cadena atada a mi cuello durante las noches me ponía a pensar si usted podría dormir con ella atada a su cuello, pero la indignación más grande fue la falta de perdón hacia mi padre, como lo maltrató.
Don Antonio se arrodilla quitándose el sombrero, miró al joven muy apenado y pidió perdón por la falta de caridad y compasión por los esclavos a quienes trató como animales y especialmente a Martín. La señora Ana Isabel de Ferrer queda impresionada de su señor esposo ya que éste se mostraba siempre de duro corazón pero con gallardía, Martín le pide ponerse de pie, lo incorpora con un abrazo. Y el joven ve la ocasión y pide la mano de Luisa inmediatamente. La señorita se emociona. Martín le proclama su amor y le dice: “Luisa, si yo te odiara, mi odio se sentiría en mis palabras con arrogancia y desprecio hacia ti, pero te amo Luisa, sueño contigo a cada instante, deseando estar junto a ti, donde tú eres la Reina que le da vida a mi existir. La joven Luisa se queda en silencio sonrojada delante de sus padres; Don Juan sonrió diciendo: “se parece a mí en lo atrevido”. Sus padres dicen que están de acuerdo que se casen. Por un momento la señora Ana Isabel de Ferrer, ya no mira la apariencia del joven por ser negro.
Los padres de Martín lloraban de felicidad al ver a su hijo, impresionados por sus palabras aceptaron perdonar a Don Antonio por aquel tiempo tan amargo y doloroso.
Finalmente, Don Juan le compra la hacienda a Don Antonio Ferrer como regalo de bodas para Martín y Luisa. La familia Ferrer regresó a España. Los padres de Martín vivieron con él, tratando a la gente con dignidad, por ende se recompensaba su trabajo con una paga en monedas. El amor por la gente, estos y muchos valores son el resultado de la suma de la generosidad que Don Juan sembró en Martín, dando como fruto el perdón a sus verdugos.