María Alejandra Rendón Cuenca
Hanner Anacona
Estudiantes de Comunicación Social-Periodismo
Fundación Universitaria de Popayán
“Solo tenía ocho años cuando me acerqué a la Madre Superiora buscando un techo para dormir; ¡ella me adoptó!, mi madre no me quería y mi papá se había ido con otra señora, por lo que me quedé sola y en la calle. Los viejos son mis compañeros y amigos, aunque algunos han perdido el sentido de la vida o la conciencia; solo me siento frente a ellos pensando hasta donde mi cabeza me lo permita porque los años han dejado su huella en mí y me limitan en todos los sentidos.
Recuerdo cuando entre estos grandes muros solía jugar y correr como ‘loca’ con los niños que vivían en ese entonces, ahora solo son parte de una historia más de la casa donde muchos ancianos son abandonados por sus familias. Entre el cielo y la tierra que en algún momento me consumirá solo me queda esperar (respirar con inquietud), nadie vendrá por mí, hoy solo cuento con mis recuerdos, las oraciones de las hermanas y con doña Sandra que dedica su tiempo a muchos de nosotros con cariño y amor”.
Con estas palabras entre la nostalgia de los años de infancia y de haber visto pasar sus días hasta llegar a la vejez en un mismo lugar, despidiendo a sus amigos hacia la eternidad y conociendo otros ancianos que como ella reposan en el olvido, Digna Graciela Fernández, de 72 años es la persona que más años ha vivido en el Hogar San Vicente de Paul de Popayán siendo la única mujer (aparte de Graciela, Omar y Pedrito también llegaron siendo niños) que vivió su niñez y su vejez en el lugar que siempre ha sido su único refugio.
Como Digna Graciela, hay 75 abuelos y abuelas que han sido acogidos en el Hogar, cada uno de ellos tiene una historia que contar, una familia que espera en el día de visita o tan solo recuerdos de hijos que nunca más volvieron, esposas o esposos que fallecieron. Pero en medio de la melancolía, la alegría se siente en los pasillos del asilo, cuando viven días tan especiales como el de hoy que les recuerda que hay motivos para celebrar la vida.
Fue así como recientemente, el personal que labora en el Hogar en conjunto con los estudiantes de tercer semestre de Comunicación Social-Periodismo de la Fundación Universitaria de Popayán, se unieron para celebrar el cumpleaños de 25 abuelitos (as) que en conjunto sus edades nos permitieron festejar 2000 años.
El día tan esperado había llegado. Los abuelos llenos de júbilo y expectativa, prepararon sus mejores atuendos para ser partícipes de su aniversario. Con ayuda de los estudiantes de Comunicación Social, fueron bajando lentamente de sus cuartos, algunos en sillas de ruedas, otros tomados de la mano o con ayuda de un bastón o caminador que sujetaban fuertemente para apoyar sus cuerpos y agilizar el paso.
El vivir la eucaristía en compañía de los demás abuelitos, hermanas, empleados y algunos visitantes les permitieron hacer eco a las palabras de la Homilía “se debe vivir la vida con alegría y agradecimiento” y así se dio inicio a la celebración.
Posteriormente vinieron la torta, las fotos y la música con el trío Camaleón, que con sus canciones de antaño, conmovieron el corazón no solo de los abuelitos, sino también de los familiares, voluntarios y trabajadores. Entre los acordes y los brindis que hacían en honor a su vida, las melodías empezaron a ser cómplices de los sentimientos encontrados.
Estas notas llegaron a lo profundo del alma de muchos abuelos quienes sentados en un rincón observaban el infinito que conduce a los recuerdos, que van irónicamente perdiéndose ante el ocaso de su existir.
Uno de los momentos más conmemorables fue cuando se dispusieron con paso lento a bailar al son de la música, sentir que aun la sangre corre por sus venas fue un motivo para sentirse vivos; sentimiento transmitido por el fervor del momento en el que todos participan con sus sonrisas y cantos, disfrutan de los regalos, almuerzo, postres y presentes.
Finalizando el evento y con sincero agradecimiento pero con un vacío en el alma, los estudiantes de Comunicación Social, se despidieron con un hasta pronto, un adiós que retumba en el corazón de los abuelos porque vuelven a la rutina, esperar que el tiempo pase.
La cotidianidad retorna al Hogar San Vicente de Paul en donde mientras algunos vuelven por sus medios a sus habitaciones; hay otros que seguirán esperando ser ayudados postrados en una silla de ruedas, que ahora son sus piernas que les permiten seguir caminando por la vida.