Paulo César Otero Álvarez
Antropólogo Universidad del Cauca
Docente del Programa de Comunicación Social-Periodismo
Fundación Universitaria de Popayán
Hace algunos años los economistas Howard Bodenhorn, Carolyn Moehling y Gregory Price escribieron un libro titulado Short Criminals: Stature and Crime in Early America, publicado en Journal of Law and Economics, (University of Chicago Press, 2012), ahí expusieron una tesis antropométrica –por cierto nada novedosa- en la que aseguraban que los atributos hereditarios se traducían en desventajas a la hora de conseguir empleo. Esto implicaba, por ejemplo, que las personas de baja estatura tenían un 20 a 30 por ciento más probabilidades de terminar en prisión, que el sobre peso y falta de atractivo se vinculan con la delincuencia, que los altos conseguían más fácil empleo y los atractivos ganan más.
Cuando muchos empresarios leyeron esto y confirmaron sus prejuicios, vieron justificadas sus decisiones en la contratación y, por supuesto, reforzaron sus prácticas empresariales de empleo. Pero lo más grave, no es solo eso, sino que para muchos se estaba ante una verdad comprobada por la ciencia.
Pero nada más lejos de la verdad. La Antropometría económica, que estudia cómo las características físicas y su influencia en el comportamiento social, es una subdicisplina de la antropología económica que tiene incipientes bases científicas como para hacer deducciones y declaraciones tan rotundas que sean plenamente confirmadas bajo rigurosos exámenes empírico-estadísticos serios.
Quienes creyeron las afirmaciones de esos célebres economistas simplemente cayeron por inocentes, al no conocer la capacidad de extrapolación inferencial de una muestra tan sesgada como la que sugerían los autores. Pero ese es un error muy común y se extiende de tal manera que llega a volverse vox pupuli permeando la cultura popular y transformándose en leyendas urbanas y hasta en los ahora populares creepypasta de la Internet.
Dado que las ciencias sociales tratan de un gran conglomerado de temas producto de las interacciones sociales y de las condiciones culturales de los pueblos, culturas, asociaciones y toda clase de grupos que la componen, es muy común que los factores de análisis se encuentren asediados por muchos sofismas que pretenden servir de conceptos explicativos, cuando en realidad no hacen más que entorpecer la comprensión de la realidad humana.
Si a lo anterior sumamos el terrible hábito de no examinar lo que se afirma, y caemos en fideísmo acrítico, cometeremos el error de dar por sustantivo aquello que es a todas luces incidental. Así, y muy a menudo, se toman decisiones desacertadas por tener creencias falsas sobre nuestro comportamiento que están arraigados en nuestra sociedad y se gestan una serie de sentencias muy comunes que pasan como verdades sobre la conducta humana.
En el interesante libro 50 Great myths of popular pshychology. Shattering Widespread Misconceptions about Human Behaviur, escrito por Scott O. Lilienfeld (Wiley-Blackwell, 2010) se menciona una serie de ideas que se repiten generalmente al punto de llegar a considerar que son explicaciones de la realidad de aquello que se estudia; aquí enunciaré brevemente solo seis de ellas para dejar al lector de esta nota la tarea de revisar con más atención el título recomendado.
- La gente solo usa el 10 % del cerebro: la verdad es que el cerebro funciona de muchas maneras y dichas funciones demandan mucha energía, esto implica que un órgano tan grande como el cerebro no emplea solo una mínima parte, por el contrario, aún las tareas más pequeñas requieren de una contribución de gran parte del cerebro.
- Los sueños tienen significado: todos soñamos y creemos que dichos sueños tienen necesariamente un significado importante y decisivo para nuestra vida, o que, como pensaba Freud, son un reflejo de problemas escondidos en el subconsciente. Sin embargo esto no tiene por qué ser así, hasta dónde la neurociencia ha descubierto los sueños bien pueden ser un programa de la actividad cerebral, un tipo de esfuerzo que junta información al azar y es coordinada en una tipo de historia incoherente.
- Los opuestos se atraen: por el contrario la gente similar es la que más suele relacionarse, sea el tipo de relación que se busque (de amistad, negocios o amor), pues no solo eso garantiza la permanencia y estabilidad a la hora de relacionarse.
- Las mujeres y los hombres se diferencian en su forma de comunicarse: la verdad es que no hay tanta diferencia ni tan significativas como para decir que unos ellos son de Marte y ellas de Venus. Los seres humanos compartimos muchos elementos en común y las divergencias, aún entre sexos no son tan fuertes como para fundar una idea de separación total como afirman algunos.
- Los deprimidos son los que se suicidan: pero la verdad es que todo tipo de personas puede llegar a hacerlo y por diversos motivos, no solo la depresión; se ha encontrado que personas con desorden de pánico, fobia social, personalidad fronteriza, desorden de personalidad antisocial o con problemas d identidad de género lo han hecho, incluso se conocen el fenómeno de los suicidas racionales, es decir aquellos que lo hacen en total conciencia y sin presión de ningún tipo.
- Una actitud positiva previene el cáncer: es una idea común que los pensamientos positivos pueden ayudar a evitar dolencias graves o crónicas, lo mejor que puede hacer una terapia de grupo o una intervención psicoterapéutica es mejorar la calidad de vida del paciente, pero no extenderla.
¿Cuántas veces no habremos leído en el periódico, en Internet, en un libro, en una revista cosas semejantes y sobre las cuales no hemos puesto un ápice de duda y las consideramos una verdad incontrovertible y afirmamos sin saber y comprobar “que ha sido comprobado científicamente”?
La ciencia tiene como principio ser auto-correctiva y por eso no ha de extrañarnos que lo que se afirme alguna vez se vea revaluado más adelante. Pero lo que no es ciencia rara vez tiene el buen hábito de cambiar aquello que ya se ha comprobado que no es cierto. Los vicios mentales se vuelven hábitos que modelan nuestra conducta y que modelan nuestros prejuicios mentales.