Por: Silvia Margarita Cardozo Escobar, estudiante del programa de Comunicación Social – Periodismo de la Fundación Universitaria de Popayán.
Son pocos los lugares de Colombia en los que hacen una adecuada clasificación, recolección y posterior tratamiento de los residuos orgánicos e inorgánicos que se produce en los hogares, es más, en el Cauca solo el municipio de Páez realiza esta actividad, junto con Almaguer que apenas está en proceso para empezar a implementarla.
Estoy en sexto semestre de Comunicación Social – Periodismo en la Fundación Universitaria de Popayán, y por casi 7 horas integré el equipo de recolección de residuos orgánicos en Belalcázar, mi pueblo natal. Ejercí un oficio muy humilde, que requiere de mucho esfuerzo y trabajo, pero que te deja aprendizajes y lecciones valiosas.
En una de las materias que curso surgió un trabajo periodístico sobre los oficios ‘informales’, por llamarlos así, consistía en que debíamos elegir uno y realizarlo por un día. Fue una difícil elección pues debía ser un oficio significativo, que llamara la atención o que no fuera tan común.
Mi historia inició en Belalcazar
Decidí desplazarme hasta mi pueblo, pues consideré que allá sería más fácil por la familiaridad y cercanía con el contexto y las personas, pero sobre todo por los contactos que pudiera necesitar. Me senté con mis papás a pensar qué podía hacer, después de varias opciones decidimos que ayudaría a recoger la basura, y luego de un par de llamadas ya tenía la autorización de la Gerente de la empresa APC (Administración Pública Cooperativa) para llevarlo a cabo.
No tuve tiempo ni de pensar en los pro y contras de este oficio, ni de la vergüenza que me podía causar realizarlo, la decisión ya estaba tomada. Me preparé psicológicamente para el día siguiente, pues mi trabajo empezaba muy a las 6 y media de la mañana.
Esa noche no dormí, pensaba en el estado físico que necesitaba y con el que no contaba para correr toda la mañana detrás de un carro o para cargar pesados baldes llenos de residuos; el qué diría la gente que me conocía al verme ahí; o en tener que aguantarme el desagradable olor todo ese tiempo; pero también tenía curiosidad y entusiasmo por la idea de hacer algo tan diferente.
Me levanté con el positivismo y las buenas energías al cien por ciento, alisté mi bolso, una botella de agua, unos guantes gruesos, un tapabocas y una gorra; tomé un buen desayuno para aguantar hasta después del medio día, y me dirigí a la Plaza de Mercado, donde me habían citado y donde iniciaba el recorrido. Me presenté con Yeferson, el chico que manejaba el carro y con quien habíamos hablado la noche anterior, él me presentó a los otros tres muchachos que trabajarían conmigo.
El encuentro con el grupo de labores
Me recibieron muy bien en su grupo, lo primero que se les hizo extraño era que una mujer fuera a realizar ese oficio, y más una mujer con una contextura física como la mía, con una estatura de 1.58 y escasos 48 kilos; pero también les alegró que alguien del común se pusiera en sus zapatos y conociera todo el proceso de cerca. Me fueron explicando cómo era la dinámica que manejaban, por dónde era el recorrido y cómo debía ir haciendo las cosas.
Recogimos los residuos de la Plaza de Mercado y subimos las 19 canecas donde iríamos depositando la basura de los barrios. Ellos ya se habían repartido los roles que cumplirían ese día, pues se van turnando para hacer más equitativa la cosa: dos van pasando los baldes hasta el carro y uno va depositando la basura en las canecas. Quedamos en que yo estaría en ambos lados por turnos.
Y así, junto a Nilson, Cesar y Yeiber inicié mi día y tal vez el ejercicio más significativo en toda mi carrera hasta ahora. Yo empecé “abajo” pasando los baldes, pero los primeros fueron muy pesados, pues eran los de la Plaza de Mercado y algunos restaurantes, y yo claramente no podía cargarlos. Los más grandes y pesados tenían alrededor de 11 kg y había que repetir esta acción unas 80 veces por barrio, así que ellos me pidieron que estuviera en el carro pues nos iba a rendir más e iba a ser más fácil para todos, y así fue.
El señor Nilson fue prácticamente mi compañía durante todo el recorrido, era el de más experiencia y conocimientos, pues fue capacitado por el SENA en el tema del manejo integral de residuos sólidos, y lleva trabajando en este oficio aproximadamente 6 años, primero con la empresa ASPUBE y ahora con la reciente APC.
Una tradición de 20 años
Él me contó que, en Belalcázar, cabecera municipal de Páez, este proceso se está realizando desde hace aproximadamente 19 años, comenzó como una iniciativa de la UMATA (Unidad Municipal de Asistencia Técnica y Agropecuaria) en uno de los barrios, luego contó con el apoyo de la Alcaldía Municipal y se empezó a implementar en todo el casco urbano. Hoy en día sus habitantes ya cuentan con esa cultura de clasificar adecuadamente los residuos que se generan en los hogares.
Me fue explicando que debía hacer una revisión rápida de los residuos que iban llegando antes y después de depositarla en las canecas, pues algunas personas echan bolsas plásticas y esos elementos hay que sacarlos para que no contaminen los otros residuos orgánicos.
Así fuimos avanzando, al principio me daba un poquito de temor hacer algo mal o que se me cayera la basura, pero unas cuantas cuadras más adelante ya le tomé confianza al oficio, nos íbamos turnando los baldes con Nilson, en la mayoría de las veces él me dejaba los más pequeños por livianos, estos tenían aproximadamente 6 kg, pero a ratos me arriesgaba con algunos un poco grandes y lo hacía bien.
Me fui acoplando a la dinámica, después de un rato ya vaciaba los baldes más rápido y con menos dificultad, y hasta los devolvía tirándolos con más ‘practica’, y ellos iban aplaudiendo y celebrando mis pequeños logros.
Un orgullo de ayudar en mi pueblo
Contrario a lo que me había imaginado, no me dio nada de vergüenza, es un pueblo pequeño y casi todo el mundo te conoce, pero no me molestó ni incomodó en lo más mínimo, es más, ante las miradas de asombro de algunos vecinos, conocidos o amigos que lograron reconocerme yo respondía con un saludo con la mano. La verdad es que me sentía orgullosa de lo que estaba haciendo.
A ratos llegaba basura con olores muy muy fuertes, los muchachos decían que no era basura ‘fresca’ sino de la que ya llevaba varios días, o de las bolsas que tenían carne o pollo con algún grado de descomposición, ellos ya cuentan con tanta experiencia que saben identificarla según los olores, aun sin verla. Yo sentía que un tapabocas no era suficiente para amortiguar el olor y en un par de ocasiones sentí nauseas, pero trataba de concentrarme en otras cosas y así lo pude sobrellevar.
Eran como las 9 de la mañana y yo sentía que nos había rendido muchísimo, según mis cuentas alegres ya nos faltaban solo dos barrios, pero no, resulta que apenas íbamos por la mitad, pues entraban a otros dos barrios que quedaban un poco alejados y no contaba con ellos. No estaba tan cansada, pero sí quería terminar rápido, según ellos terminábamos la recolección por los barrios a eso de las 11 de la mañana y todo el trabajo por ahí a la una y media de la tarde, o sea que todavía nos faltaba mucho.
Las canecas se fueron llenando poco a poco, yo alcancé a llenar casi tres; entre los residuos que llegaban estaban cascaras de frutas, de verduras, restos de comida, muchas cascaras de naranjas, papas y cáscaras de huevo; pasto, ramas, flores marchitas, huesos de pollo, retazos de carne, restos de racimos de plátano, entre otros; también logramos rescatar una buena cantidad de bolsas plásticas.
Recorrimos los 10 barrios de Belalcázar en unas cuatro horas, la mayoría de los baldes y bolsas de basura ya habían sido sacados y estaban en las calles o andenes de las casas, algunas personas salían corriendo a dejarla ante el pito del carro y la música que anunciaba que ese día era de recolección de residuos orgánicos.
En el casco urbano se paga a la empresa APC una tarifa de aseo que según el estrato varía entre $14.000 y $20.000, esta incluye la recolección de los residuos, tanto orgánicos como inorgánicos; y el aseo de las calles.
Para esa hora yo ya sentía cansancio, llevaba toda la mañana de pie, me dolían un poco los brazos y las manos, por cargar los baldes y por tratar de sostenerme ante el movimiento, a ratos brusco, del carro; pero ya nos faltaba lo menos, que era ir a depositar todo el contenido de las canecas en la fosa que construyeron provisionalmente ante la destrucción de la antigua planta de compostaje donde procesaban la basura y producían abono para frutas, flores, hortalizas y demás plantas.
Se estrenará una nueva planta de residuos en Belalcazar
Esta planta fue destruida por una de las avalanchas del rio Páez en el año 2008 y no había sido posible su reconstrucción al no conseguir el terreno adecuado, pues cuenta con una serie de requisitos, entre ellos que debe estar retirado del casco urbano. Sin embargo, ya está en construcción la nueva planta, y se espera que para finales de este año esté en funcionamiento.
Recorrimos aproximadamente tres kilómetros hasta el lugar donde depositaríamos los residuos; Nilson y Yeiber empezaron a vaciar la basura de las canecas en el pozo y luego le echaron cal para amortiguar un poco los olores. La basura ahí claramente no contamina, solo sigue su ciclo de descomposición natural, pero es mucho el abono que se está perdiendo y que podría ser producido si ya se tuviera la planta de compostaje.
Al regresar bajamos al río donde lavamos las canecas, algo paradójico pues la clasificación de las basuras se hace con el objetivo de disminuir la contaminación y ayudar al medio ambiente, pero de igual manera contaminamos de alguna forma el agua del Páez con los restos de basura que quedaron en las canecas. Quizá ellos no lo hacen con mala intención, sino para ahorrar agua en otro lugar, como un lavadero de carros, por ejemplo, pero de que hay contaminación, la hay.
Con esta actividad terminamos nuestra jornada del día.
Un trabajo humilde pero valioso
En esas pocas horas tuve la oportunidad de cambiar mi perspectiva acerca de este proceso, de valorar más este oficio, el trabajo y esfuerzo que hacen las personas que lo ejercen, y que la mayoría no vemos por estar en la comodidad de nuestros hogares, porque nos limitamos a sacar la basura al andén de la casa, pero no sabemos más del proceso y tratamiento. Bien se dice que los trabajos más humildes resultan ser los más valiosos.
Aprendí a valorar más lo que tengo, pues dos de los muchachos manifestaron que están ahí por necesidad y ahorrando algo de esos $828.000 que se ganan cada mes para poder pagar sus estudios en algunos años, para llevar algo de mercado a sus casas, para ayudar a pagar los servicios o el arrendo. Aprendí que sí es necesario clasificar bien las basuras, en parte para ayudar al planeta y en parte para ayudarlos a ellos y ahorrarles un poquito de trabajo.
Agradezco especialmente a la APC, en cabeza de su gerente Yeimi Posada por permitirme realizar mi trabajo en esta empresa, a Nilson Medina, Cesar Pardo y Yeiber Montano, los operadores y compañeros de trabajo de ese día, por acogerme de tan buena manera en su equipo y por la paciencia y enseñanzas que me dejaron.