Escrito por Diana Diaz, estudiante de Comunicación Social
Los micrófonos resonando, pasos nerviosos y afanosos que recorren cada rincón de la ciudad, voces que afinan, instrumentos que se acoplan, mientras que el pueblo se une en un solo lugar. Se siente en el ambiente la convergencia de culturas y etnias, se escucha en el aire el vibrato de un violín y el dulce rasgueo de una guitarra. Melodiosas voces se unen para crear algo único. El ambiente es diferente, es un domingo distinto a los demás, se ven carpas y en el centro un gran escenario. Pequeños, grandes y ancianos, todos están reunidos como una gran familia para disfrutar del arte y la cultura: Santander está de fiesta, la sexta versión del Festival Mestizaje está a punto de comenzar. Se oyen vitoreos y aplausos, Dejando Huellas se sube al escenario.
Cada vocalista de Dejando Huellas ocupa su lugar, así mismo, cada músico junto a su correspondiente instrumento. Se escucha el resonar de una voz, el público está en silencio, escucha atentamente cada palabra que nos canta, la energía es mágicamente transformada. Hace que se imaginen un mundo distinto, que sus corazones vuelvan a tener esperanza, a tener… fe.
Adriana es una mujer tenaz, con carácter fuerte y sobre todo, una hija de Dios. En sus ojos hay un brillo peculiar, se ve el esfuerzo, se percibe en ellos el camino que tuvo que recorrer para sacar adelante la música en la que cree. Su amor por la música comenzó desde que tiene memoria, nació en Timbiquí, Cauca, pero fue criada en Arauca. Desde muy pequeña, conoció el camino de Cristo por sus abuelos. En la iglesia, participaba de la alabanza y gracias a eso tuvo su primer acercamiento musical. Se sentía nerviosa, estaba agradecida con sus abuelos y su padre, pero ya con dieciocho años, sentía que era el momento de conocer la tierra que le vio nacer, de conocer a su madre. Arregló sus maletas y armada de valor, dio el paso que, en ese momento no sabría sería tan significativo en su vida.
Al llegar a Timbiquí, encontró lo que se convertiría en el pilar de su agrupación, halló el folclor pacífico. “Luego de varias idas a Timbiquí, en el 2001, tuve que ir a trabajar y fue ahí, en esa época en la que tuve mi encuentro con el folclor”, expresa Adriana, “Ya hacía música en Arauca, era la directora de Alabanza de la iglesia, pero el folclor era algo totalmente distinto”, comenta. Aún en contra de la corriente, decidió ser esa gestora cultural, se encargó de sembrar nuevamente las raíces olvidadas en Puerto Tejada. Su fuerte deseo de hacer música la llevó a querer crear una agrupación, realmente no sabía cómo iba a lograrlo pero su fe por Dios la impulsaba cada día, no fue fácil, pero con constancia todo se puede lograr, de esta manera, Adriana, creó el grupo Dejando Huellas. “Cuando estuve en Timbiquí, yo trabajé como secretaria de educación, en la parte de cultura y deporte, entonces yo de allá llegué súper motivada, preguntándome por qué acá no impulsábamos la cultura, que por qué en Puerto Tejada no iban grupos al petronio, aunque existieran grupos, la cultura se había quedado olvidada”, comenta, “Le pusimos Dejando Huellas, porque tiene como lema <<para que los pueblos no olviden sus raíces>>, la memoria”, expresa Adriana.
La construcción de la paz con una fe inquebrantable
Pasaron los años y el grupo creció. Su fe por Dios sigue siendo igual de fuerte, quería que su grupo fuese distinto, veía la necesidad de construir letras edificantes, letras que realmente enriquecieran el alma. Quería hacer cosas más allá del simple hecho de tener una agrupación, en su mente tenía la visión de construir un legado. Es por eso, que empezó a involucrar a niños y jóvenes, les mostraba lo bueno de la música folclórica e impulsaba a que la interpretaran. “También incluimos a los chicos, porque si estamos hablando de un legado y no formamos público infantil, si ellos no conocen, si seguimos haciéndolo nosotros como adultos, van a seguir creyendo que es música de viejos”, comenta. Gracias a su dedicación, algunos chicos comenzaron a incluirse en Dejando Huellas, crecieron tanto, que lograron llegar hasta México. “Gracias al trabajo y dedicación, y a la gracia que Dios nos dió, esos niños pudieron ir a México con el programa de diplomacia virtual de la cancillería, tocando violín caucano.”, expresa Adriana.
Su camino por la música apenas ha empezado, se enfrenta a muchas dificultades, entre ellas, el poder demostrar en su música su fe y amor por Dios. A pesar de las trabas que sus alrededores lo ponían, su esperanza no estaba puesta en hombres, al contrario, seguía firme en su roca, en Cristo. A pesar de la falta de apoyo, no se rendía porque entendía de dónde provenía su vida y confianza. No se desanimó y continuó su camino sin mirar atrás. “Hemos estado haciendo esto, y ha sido duro, allá en el pueblo ni nos han querido, nos contratan y somos a los que menos les pagan”, dice Adriana, “Pero Dios siempre nos saca, yo siempre digo: no quedarán avergonzados en cuantos en él confían, estoy segura que Dios no nos deja en vergüenza, y eso ha pasado con Dejando Huellas”, expresa.
Su mente busca cosas más allá, sabe que está diseñada para cosas aún mayores, mientras que se siente feliz por haber pasado al Petronio Álvarez, un muro se alza sobre ella, la presentación es en pocos días y aún no tiene una canción para el evento. Comenzó a orarle a Dios por inspiración y entonces surgió “Uramba por la Paz” que sería galardonada como mejor canción inédita,y al mismo tiempo, recibieron un galardón por mejor intérprete de violín de quién su hijo es acreedor.
Uramba, cada vez que piensa en esa palabra una sonrisa inevitable adorna sus labios, le evoca niñez, amor, paz. Uramba es un encuentro cultural, un momento en que las personas se unen para formar lazos, risas, recuerdos. Indiscutiblemente, cada vez que Uramba es mencionada en el pacífico, se sabe que habrá comida y música. “Entendiendo la Uramba en el pacífico como ese encuentro cultural, gastronómico, como ese compartir”, dice Adriana, “La paz se debe construir, y para construirla se necesita el aporte de todos, entonces qué mejor que una Uramba. Y por supuesto, la cultura es determinante, este país quiere la paz, y está trabajando por la paz, pero la quiere hacer sin la cultura, han menospreciado el poder de la cultura”, expresa.
Adriana no ha estado sola en este camino, su esposo y dos hijos han sido parte de todo este proceso, un camino espinoso por mantener su fe junto a la música que ama, en el que marca la diferencia con letras que edifican y aportan para la construcción de un mejor futuro.
El Legado
Leidy Tatiana, junto a su hermano Cristian David, hacen parte de la agrupación creada por su madre desde que tienen memoria. Son pruebas vivientes del legado que Dejando Huellas quiere construir. Desde niños siempre han estado rodeados de música, su vida entera ha pasado a través de ella, la aman. Sus corazones se emocionan cuando están tocando los primeros versos de alguna canción o cuando entonan la voz para cantar. Las melodías simplemente los siguen donde quiera que vayan. “En la música llevo desde que tengo memoria”, expresa Leidy, “Desde que yo estaba pequeña mi mamá siempre me indujo a esto de la música, de la cultura, de estos saberes ancestrales, y la verdad me ha gustado demasiado, me he sentido muy feliz de participar en todos estos eventos que hemos participado”, comenta. La música los ha llevado a tener experiencias significativas, los ha elevado a lugares increíbles, como jóvenes, han hecho parte de un crecimiento inigualable en sus vidas. “Mi historia ha sido muy parecida a la de mi hermana”, comenta Cristian, “Como vivimos en el mismo hogar, desde que tengo memoria igualmente siempre he estado en el mundo de la música, principalmente me enfoqué en el Violín, aunque ahora no estudio algo relacionado con la música, quiero seguir en ella toda mi vida”, dice. Y es que Cristián se ha sentido muy feliz, pues fue merecedor del premio a mejor intérprete de violín caucano en el festival Petronio Álvarez. “Me gustaría seguir profundizando en lo que es la música, y poder ganar muchos más premios, en otros países incluso”, expresa Cristian.
No todo ha sido color de rosas, muchas veces la música les fue difícil de sobrellevar, debían realizar sacrificios y más aún siendo jóvenes. Los ensayos ocupaban mucha parte de su tiempo, y, al menos para Leidy, en cierto punto estaba indecisa respecto a continuar en este camino. “Hubo bastantes ocasiones en las que me sentía muy frustrada”, comenta Leidy, “las labores académicas, y otro tipo de cosas que también me llamaban la atención, entonces, ese tipo de cosas y la música estando allí, como atravesada, me generó un tipo de conflicto en el que me preguntaba si la música realmente era para mí, pero aún así, me ayudó a entender también lo mucho que amaba la música y a equilibrar mi tiempo para lograr hacer todo lo que me gustaba sin dejarla”, dice. Cuando eres niño, no comprendes muchas veces el valor de invertir tu tiempo en algo, no visualizas más allá que un rato de diversión en el parque, pero estos jóvenes de 19 y 17 años respectivamente, muestran la importancia de invertir tu tiempo en algo tan hermoso y exigente como lo es la música.
En medio de mestizajes se teje este festival, de violines, guitarras y voces. Los aplausos de un pueblo que no halla diferencia entre colores, sino que al contrario se mezcla para formar una belleza inexplicable, para crear el VI Festival del Mestizaje: El encuentro de la diversidad cultural del norte del cauca. Y ahí, en medio de canto y danza, se propone una Uramba por la Paz.