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    Edición 18

    El eco del silencio

    Luis Felipe Avila SandovalPor Luis Felipe Avila Sandoval26 abril, 2025Actualizado:28 abril, 2025No hay comentarios3 Mins Lectura13 Vistas
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    Este microrrelato, aborda el profundo impacto de la guerra en la vida cotidiana y el hogar de una persona. A través de imágenes evocadoras y un lenguaje poético, se revela cómo la violencia y el conflicto transforman un espacio acogedor en un lugar de duelo y nostalgia.



    La Ausencia y el Silencio: La idea del silencio ensordecedor representa el dolor y la pérdida que persiste en el hogar. La falta del dueño se convierte en un eco constante, donde cada objeto guarda un recuerdo de su presencia. Este silencio no es solo físico, sino también emocional, reflejando el luto por aquellos que han sido afectados por la guerra.

    Imagen generada por IA. Se refleja el profundo silencio y soldad después de una guerra.

    Las botas en la puerta, como un símbolo de la guerra que había invadido su hogar, permanecían inmóviles, testigos mudos de una vida ininterrumpida.

    Eran más que simples objetos; eran el eco de pasos que alguna vez resonaron con determinación y esperanza. Cada marca en el cuero contaba la historia de batallas y sacrificios, de un hombre que había llevado el peso del mundo en sus pies.

    El fusil, abandonado en el suelo, era un artefacto de destrucción que contrastaba con la calidez de la morada. Su cañón apuntaba hacía el vacío, como si señalara el abismo al que se había arrojado aquel que lo portaba.

    La ausencia de su dueño generaba un silencio ensordecedor, un murmullo de recuerdos que llenaba cada rincón de la casa. Las paredes parecían susurrar su nombre, pero él nunca regresó a casa.

    La casa, una vez refugio de risas y abrazos, se transformó en una tumba de lo que pudo ser. La luz del atardecer filtrándose por la ventana proyectaba sombras largas y tristes, como si la propia casa llorara la pérdida. Cada objeto en el interior parecía gritar su ausencia: la mesa aún servía para cenas no compartidas, las sillas permanecían vacías esperando su regreso.

    La puerta quedó entreabierta, un umbral entre dos mundos: el de la guerra y el de la paz. Las botas y el fusil eran recordatorios constantes de una elección hecha en un instante; una decisión que lo llevó a cruzar esa línea invisible entre lo cotidiano y lo trágico. Y así, mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno, el hombre se convirtió en un fantasma entre las sombras, atrapado en un ciclo interminable de lo que fue y lo que nunca será.

    La vivienda quedó atrapada en el tiempo, esperando una vuelta que no llegaría jamás. Las botas seguirán allí, testigos silenciosos del sacrificio y la desolación, mientras el fusil reposará en el suelo como símbolo del costo irreparable de la guerra. En ese instante eterno, comprendimos que algunas ausencias son más pesadas que cualquier carga llevada por unas botas; son las huellas imborrables que deja la vida cuando decide marcharse sin previo aviso.

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