Roxana Herrera
Estudiante de Comunicación Social-Periodismo
Fundación Universitaria de Popayán
En la mañana del 20 de agosto de 2009, don Marcos Palta Oriundo de la vereda Barranquilla del municipio de El Tambo-Cauca, se encontraba recogiendo unas pocas pepas de café para secar y poder vender en la vereda más cercana que era La Paloma. Esa mañana estaba bastante fresca, el sonido del viento se sentía muy fuerte. Doña Edelmira quien era la esposa de Marcos, estaba preparando el desayuno, los niños seguían en cama porque la profesora de la escuela estaba enferma, no había quien diera clase.
Las llamas del fogón ardían con fuerza, el agua para el café hervía mientras los perros ladraban sin cesar. Para llegar a la casa de los Palta había que subir una loma bastante empinada. Quienes tenían “bestias” podían subir más fácil, pero con todo y eso, no había lugar más tranquilo que vivir en nuestra “Barranquilla”, no había puesto de salud, solo una pequeña escuela donde todos los niños estaban reunidos sin importar la edad ni los grados que debían cursar. En total recuerdo que eran como 12 casas, la mía pues era un poco más retirada que las otras, porque es más sabroso vivir en silencio. Me contaba don Marcos mientras coloreaba las montañas.
Ahora que estamos en la ciudad me pongo a pensar que allá en mi vereda vivíamos alejados de todo, no había avances, carros, edificios, nada de esas cosas que a la gente de acá les gustan; como sería que un vez fueron unas señoritas hacer una campaña de salud hasta allá arriba, esas pobres les había tocado caminar como cuatro horas, llegaron lavaditas en sudor. Ese día nos chuzaron los brazos a todos y ellas se asombraban de ver que había muchas personas que no tenían documento de identidad y que jamás se habían registrado, como quien dice no habían salido de la vereda nunca. Pues sí, esa era Barranquilla un lugar tranquilo, teníamos una cancha donde los domingos íbamos a “pegarnos” un partidito de fútbol, ¡qué sabroso era!.
Mi vieja Edelmira era encantada con las flores que se la pasaba cuidando, yo pues le seguía la idea; hasta tierra les traía para que se le pusieran más bonitas. Que cáscaras de papa, que el agua del arroz, y varias cosas que según ella le hacían bueno a sus maticas, ahora que recuerdo esa vieja parecía loca, a veces yo llegaba despacito de trabajar y la escuchaba hablando con esas matas. Qué recuerdos aquellos, no creo que aquí en medio de tanta humedad y malos olores la pueda volver a ver tan feliz con sus amadas y fieles amigas las flores. Teníamos una sola tienda, el dueño era don Miguel, un señor que se las quería dar de paisa sabiendo que todos éramos conscientes que era de por allá de Nariño y a todas estas nunca le pregunté por qué se había venido de su tierra.
Pero se llegó el día en que mi Edelmira nos hizo el desayuno en el fogón por última vez. Todo empezó como un rumor que estaban sacando la gente de las casas, pero luego todo fue verdad y llegó esa gente y se apoderó de lo que nos pertenecía, de mi tierra, de esa tierra que iba hacer para mis hijos. Antes que llegaran a mi casa, saqué mi vieja Edelmira y a mis peladitos, esos niños con cara de dormidos corrían conmigo. El llanto de mi Edelmira me acongojaba, ella solo decía “mijo yo no me quiero ir”. Pero yo sabía que si me quedaba nada bueno iba a pasar, esto lo digo porque esa gente que no quiero mencionar por el nombre, estaban acostumbrados a sacarlo a uno a la cancha y formarlo como si fuera de su misma organización, ahí empezaban a llamar a una lista que no sé de dónde sacaban, y pues pasaba lo que usted ya se imagina niña.
Le cuento que ahora que usted nos pone a recordar, me siento como un niño dizque de dibujante, estoy trayendo a mi mente “mi tierra” esa que ya no me pertenece, la verdad quisiera regresar el tiempo y un día despertarme y estar allá, con mi pala y machete en medio de todas mis maticas de café, cogiendo yuquita fresca para llevar a la casa, es que esos sancochos que se “jalaba” Edelmira y a fogón de leña eran únicos.
Esta nueva tierra me ha recibido a mí y mi familia. Estoy aquí haciendo trabajos que antes jamás practiqué, pero no me importa. Popayán nos ha tratado un poco duro, nos cogió a rejo como decía mi papá. Pero bueno allá en ese rancho vivo yo, uno que no se parece nada a mi casa en Barranquilla, qué casa para bonita y grande; porque eso sí, yo mismo la hice a mi gusto. Siento que no soy de aquí, uno cuando llega a un lugar que no conoce siente que la gente lo mira como bicho raro, como si uno oliera maluco.
No sé, pero yo guardo la esperanza de regresar a mi tierra, es que allá es donde pertenezco, mis hijos ya están grandes, ellos verán si se quieren quedar por acá; pero la verdad, yo sé que mi Edelmira si se iría conmigo. Por ahora es complicado volver, correría el riesgo que nos maten. Pero en algún momento esa tierra, mi tierra me verá volver anciano, al lado de mi esposa escuchando el sonido del gallo por las mañanas y el humo que sale del techo.