He vivido muchas tormentas y días de sol en donde por segundos estaba tan contento y de repente despertaba consciente. La vida ya no es esa de sueños y de ilusiones que disfrutaba. La realidad era cruda, hubiese deseado despertar justo cuando tenía a mi familia.
Aquellos tiempos sin lugar a dudas eran de los más bellos de mi vida si no hubiese sido por ‘mi mala cabeza’ y mi gusto a un vicio que consume día a día a jóvenes, gente mayor y otras edades sin distinción de género porque no le llaman vicio, le llaman gusto. Al no reconocer que se perjudica la salud, se pierde la autonomía, el bienestar de los seres queridos, no sólo por el gasto económico que conlleva sino también por esas veces en que el alcohol te vuelve violento, te asciende de estrato económico, te crees todo un «Don Juan» tus seres queridos sufren.
Yo tuve algunos amoríos fallidos y después «senté cabeza» y conformé una familia. Debía de empezar de cero y dar un sustento en mi hogar. No fue nada fácil. El nacimiento de mi hija trajo aún más gastos. Problemas llegaban cada fin de semana. Casi toda la semana, me la pasaba tomando lo que fuera; cerveza, ron, aguardiente incluso guarapo. Mi mujer me sobrellevó algún tiempo pero la situación seguía sin cambiar y empeoraba, tanto que ella decidió irse con mi hija. Mi familia me abandonó.
Me fui a vivir con mi hermano. En medio de mi soledad, me invadieron recuerdos, traumas de mi infancia como cuando mi mamá era trabajadora sexual, fumaba y andaba en ese mundo de perdición, ella me ayudó a entrar en el mundo del cigarrillo, un vicio que habita en mi desde hace bastante tiempo. Gracias a mis amistades, ascendí a la marihuana, luego conocí el basuco, poco a poco me fue gustando más al punto de irme un día a la ciudad perdiéndome en las calles y durmiendo bajo un puente, la dependencia era notoria. En ocasiones en donde la traba me duraba tres días… así es tres días durmiendo sin sentir el sol o que me estorbara algún ruido.
Al despertar aparecía el hambre, desespero, la razón llegaba a mí y atormentaba mi conciencia, quería volver a casa, tener un plato de comida en la mesa; no obstante, el remordimiento no era suficiente debía salir a buscar comida, también a buscar monedas para el vicio. En un principio pedía comida en los restaurantes. Empecé a pasar días sin bañarme, lo que causó consecuencias como el olor, motivo suficiente para no dejarme entrar a ciertos sitios. La comida me la daban afuera y debía irme rápido, algunas veces no obtenía nada, salía a buscar entre los botes y bolsas de basura comiendo desperdicios contaminados por basura sacada del baño. Con la cara negra debido a las llantas que se queman en los cambuches para calentarse y que el frío no me agobiara más.
Un día al despertar y emprender a buscar chatarra para comprar bazuco, encontré en medio de la basura lo que aparentaba sería un gran hallazgo para mi. Al alzarlo para llevarlo en mi hombro, pasé la mano por la espalda y al ver un pedazo de carne me asusté, empecé a gritar. Las personas que se encontraban cerca me echaron agua para posteriormente llevarme al hospital a que me curaran las heridas que me había causado el ácido que llevaba en la estopa. Aprovecharon los médicos y me operaron una hernia la cual crecía y parecía una naranja.
Me recuperé, volví a mi hogar en donde recibí apoyo, cuidados, volviendo a mi vida normal. Sin embargo, al pasar unos días volví a las calles. Pienso en cada segundo que paso en este infierno del que quisiera no haber caído nunca. Debido al vicio perdí gran parte de mi vida, mi salud, mis seres queridos y tantas cosas bonitas que tenía y de las que podía disfrutar pero ahora se esfumaron y ya no están.